Orfeo: el éter y el alma
La mayoría de los estudiosos del
pensamiento helénico coinciden en señalar el importantísimo influjo que tuvo
Orfeo en el pensamiento de la era griega clásica. Es manifiesto que la
literatura, la filosofía y sobre todo la religión griegas están compenetradas
de un espíritu distintivo asociado de alguna manera con Orfeo. Orfeo es mucho
más que un mago o un encantador de serpientes. Es mitad hombre mitad dios. Es
un humano que conoce y posee el poder 'sobrenatural' de someter la voluntad de
todas las criaturas por medio de la 'música'.
Los
griegos de la época, como afirma Guthrie, entendían de manera muy diferente a
la nuestra la naturaleza de la música y su relación con el universo en general
y con la mente humana en particular. Para ellos la mente (la voluntad, las
pasiones, el pensamiento) mantenía una conexión íntima y divina con la música.
La música tenía, no sólo para los órficos sino también para los que se pueden
considerar sus continuadores, los pitagóricos, un significado mucho más amplio del que tiene para nosotros en la actualidad.
A partir de Píndaro, en la
tradición escrita se narra la participación de Orfeo en la expedición de los argonautas y se relata el poder sobrenatural de la música que él interpretaba.
Los usos que se describen de este poder del canto y del tañido de la
lira de Orfeo son muchos y diversos: ayudar a resolver una querella haciendo
que los participantes olviden su ira, hacer que la nave Argo se deslice desde
tierra hasta el mar por sí sola, calmar el mar tempestuoso, anular el poder de hechizo de
las sirenas, hacer caer en un sueño profundo al dragón que guardaba el vellocino de oro...
El poder de Orfeo es esencial y sutil. El etéreo sonido de su lira tiene la capacidad de reblandecer los corazones de los guerreros más exaltados y de retornar sus pensamientos a la paz, y de subyugar los animales más feroces. La música de Orfeo actúa de un modo desconocido sobre el pensamiento y las pasiones, sobre las potencias tanto superiores como inferiores del alma. Calístenes dijo literalmente de Orfeo que 'por su canto se ganó a los griegos, cambió el corazón de los bárbaros y dominó las bestias salvajes'. Su poder tenía naturaleza de divinidad y en todos los asuntos relacionados con los dioses era él quien intervenía y dirigía a sus compañeros heroicos, quienes confiaban ciegamente en él. Él poseía los secretos del Hades; había descendido al mundo de los muertos a rescatar a su esposa. El sonido de su lira, en el reino de los muertos, había ablandado todas las sombras y espíritus, incluso las Euménides y el Cerbero, y había detenido la rueda de Ixión para conducir a Eurídice nuevamente de regreso al 'aire superior', como señala Guthrie. Era conocedor del poder de los dioses y de los secretos del alma, y estaba capacitado, por tanto, para establecer los preceptos de cómo regirse en esta vida y guiar a sus compañeros y seguidores.
El poder de Orfeo es esencial y sutil. El etéreo sonido de su lira tiene la capacidad de reblandecer los corazones de los guerreros más exaltados y de retornar sus pensamientos a la paz, y de subyugar los animales más feroces. La música de Orfeo actúa de un modo desconocido sobre el pensamiento y las pasiones, sobre las potencias tanto superiores como inferiores del alma. Calístenes dijo literalmente de Orfeo que 'por su canto se ganó a los griegos, cambió el corazón de los bárbaros y dominó las bestias salvajes'. Su poder tenía naturaleza de divinidad y en todos los asuntos relacionados con los dioses era él quien intervenía y dirigía a sus compañeros heroicos, quienes confiaban ciegamente en él. Él poseía los secretos del Hades; había descendido al mundo de los muertos a rescatar a su esposa. El sonido de su lira, en el reino de los muertos, había ablandado todas las sombras y espíritus, incluso las Euménides y el Cerbero, y había detenido la rueda de Ixión para conducir a Eurídice nuevamente de regreso al 'aire superior', como señala Guthrie. Era conocedor del poder de los dioses y de los secretos del alma, y estaba capacitado, por tanto, para establecer los preceptos de cómo regirse en esta vida y guiar a sus compañeros y seguidores.
Guthrie, en un minucioso análisis, recoge de los textos de las rapsodias griegas la
que considera que es la teogonía órfica. Según ésta, el principio de todo es
el tiempo (crono). Cualquier otro principio anterior se entiende que se debe desestimar,
porque el tiempo es 'lo primero que contiene algo de lo cual se puede
hablar y es conmensurado al oído humano'. Lo primero inteligible es el
tiempo.
De él nacieron el éter (el aire), el caos (el abismo) y el érebo (las tinieblas). Dice la teogonía que el tiempo formó un 'huevo' en el aire y que del huevo surgió Fanes, el primer dios nacido. Fanes es el dios creador de todo, el origen del mundo conocido. Fue el progenitor de los otros dioses, de los cuales fue el primer rey. Creó la Tierra, el Sol y la Luna, y también los primeros seres humanos, pero de una raza que se extinguió. Sus hijos Gea (tierra) y Urano (cielo) concibieron los titanes.
De él nacieron el éter (el aire), el caos (el abismo) y el érebo (las tinieblas). Dice la teogonía que el tiempo formó un 'huevo' en el aire y que del huevo surgió Fanes, el primer dios nacido. Fanes es el dios creador de todo, el origen del mundo conocido. Fue el progenitor de los otros dioses, de los cuales fue el primer rey. Creó la Tierra, el Sol y la Luna, y también los primeros seres humanos, pero de una raza que se extinguió. Sus hijos Gea (tierra) y Urano (cielo) concibieron los titanes.
En la teogonía órfica existen seis generaciones de dioses que se suceden en el gobierno del
universo. El último dios de la dinastía es Dioniso, la más importante deidad órfica, quien había de gobernar el mundo para toda la eternidad. Dioniso, siendo todavía un niño, fue
muerto y devorado por los titanes, los seres que habitaban la tierra. Lleno de cólera, Zeus, el padre de Dioniso, fulminó inmediatamente a los titanes con
un rayo, y de los restos humeantes surgió una raza nueva: nosotros, los hombres actuales. Desde el mismo inicio de nuestro origen la naturaleza
humana es dual. Procedemos de los restos de los titanes, los desalmados hijos de Gea,
pero también de los restos del celestial y malogrado Dioniso, el cual nos aporta el alma y vive un poco en cada uno de nosotros.
El corazón de
Dioniso quedó indemne de la atrocidad y Zeus a partir de él revivió a su hijo, según el mito. Dioniso deviene así el último dios, el dios resucitado e inmortal, el que tiene el
poder sobre el mundo desde entonces. Es el dios que gobierna los seres humanos, con los que guarda un parentesco y una afinidad naturales. En cada humano habita, según los órficos, una fracción de este ser celestial.
Los dioses de la religión órfica son celestes o celestiales, literalmente. Y por 'celestes' o
'celestiales', si queremos ser precisos, debemos entender 'lo que hay en el
cielo', esto es: el aire o éter. Los dioses de la teogonía, los sucesivos
creadores y regentes del mundo, son de naturaleza aérea o
etérea. Hemos visto además, según la cosmogonía, que el principio de todo es el tiempo,
del que se originó el éter. Fue
precisamente en el éter que el tiempo (crono) fructificó y dio el huevo cósmico, hecho
de aire, del cual nacería el primer dios, origen del mundo. El
principio esencial del proceso creador y rector de todo (los propios dioses, el
universo y los hombres) está constituido por una combinación de
tiempo (crono) y aire (éter). El huevo cósmico tiene su
identidad en la conjunción de tiempo y aire, esto es, en lo que podríamos
llamar 'la dinámica temporal del aire' o 'el fluir del aire en el tiempo'.
La naturaleza de
los hombres consiste en la combinación, por una parte, de los restos humeantes de los titanes (simple materia inerte) y, por otro
lado, de la naturaleza celestial de Dioniso (aire divino). Así, los seres humanos somos literalmente carne y aire, carne animada
por el fluir temporal del aire, el cual es el principio creador de toda la naturaleza.
No es casual que Aristófanes dijera
del huevo cósmico que era 'llevado por el viento' o que estaba 'lleno de
viento' (anemiaîon). La idea de fondo, como señala Guthrie, es que el alma o principio
vital es ella misma aire o una sustancia análoga que es conducida por
los vientos e introducida en el cuerpo por la respiración. El aire es vida y es el alma.
La palabra latina 'anima' significa, además de alma, aire y lo mismo sucede con la palabra griega 'psique'. Resulta fascinante seguir el rastro de estos conceptos en la literatura, que se remontan muy lejos en el tiempo. Rohde habla de los Tritopátores áticos, que eran espíritus de la naturaleza de los vientos, y que encontraron un lugar en un poema órfico como 'porteros y guardianes de los vientos'. Pero, independientemente del origen de estas ideas, es un hecho que quedaron fijadas como parte de las doctrinas órficas, y como tales las cita Aristóteles. Más concretamente, adscribe Aristóteles a los 'poemas llamados órficos' que el alma 'viene a nosotros desde el espacio cuando respiramos, llevada por los vientos' (De anima). La misma teoría es atribuida por Cicerón a los pitagóricos, los cuales hicieron suyo el pensamiento órfico en buena medida.
La palabra latina 'anima' significa, además de alma, aire y lo mismo sucede con la palabra griega 'psique'. Resulta fascinante seguir el rastro de estos conceptos en la literatura, que se remontan muy lejos en el tiempo. Rohde habla de los Tritopátores áticos, que eran espíritus de la naturaleza de los vientos, y que encontraron un lugar en un poema órfico como 'porteros y guardianes de los vientos'. Pero, independientemente del origen de estas ideas, es un hecho que quedaron fijadas como parte de las doctrinas órficas, y como tales las cita Aristóteles. Más concretamente, adscribe Aristóteles a los 'poemas llamados órficos' que el alma 'viene a nosotros desde el espacio cuando respiramos, llevada por los vientos' (De anima). La misma teoría es atribuida por Cicerón a los pitagóricos, los cuales hicieron suyo el pensamiento órfico en buena medida.
En la tradición neoplatónica, del
huevo órfico surgió Eros, no Fanes. No entraremos a debatir si este dios es el
mismo Fanes de las antiguas rapsodias. Sólo hacer notar que a Eros, como a Fanes, se le representa con
alas. Y en la cosmogonía neoplatónica se
representa a Caos también con alas. Estas representaciones aladas de los dioses originarios vienen a confirmar la naturaleza aérea de éstos y del medio por el que se movían y actuaban. Dioses alados que provienen del huevo cósmico, el principio creador
de todo, concebido como aire.
En los himnos órficos, ya en un
estadio tardío de la literatura órfica, estas ideas aparecen recogidas de
manera más o menos explícita. El himno 81 de la recopilación de Porfirio,
dirigido al Céfiro, implora:
Hálitos
del Céfiro que todo lo engendráis y vais por el aire, de dulce soplo,
susurrantes, que poseéis la calma de la muerte. Primaverales, que os movéis por
la pradera, deseados por los fondeaderos, porque cómodo puerto y ligera brisa
aportáis a las naves. Venid, por favor, propicios, soplando sin reparo, por el
aire, invisibles, muy ligeros y en aéreas apariencias.
Los
hálitos del Céfiro van por el aire y tienen la apariencia de tal, son
invisibles y muy ligeros. O son directamente una forma de brisa que sopla de
manera dulce y tranquila. El poder de estos hálitos, pero, en todo caso es profundo: 'todo lo engendran' y, al mismo tiempo, poseen 'la calma de
la muerte'. Pueden ser benefactores y propicios, como se invoca en el texto, o
malefactores; pueden engendrar la vida o traer la muerte. Estas formas de aire
tienen, en definitiva, un efecto muy poderoso: entregan o quitan el 'anima'.
En el himno 14 Porfirio se dirige a
Rea, hija del cielo (Urano), en términos de 'aeromorfa' y dice de ella que es
madre de los dioses y de los humanos mortales, y que de ella deriva la tierra,
el espacioso cielo, el mar y las corrientes de aire.
En el himno 16 Porfirio exalta a
otra diosa, a Hera, esposa de Zeus, de la siguiente manera:
Alojándote
en azulados vacíos, aeromorfa, augusta Hera, feliz esposa de Zeus, ofreces a
los humanos auras propicias que nutren sus almas. Madre de la lluvia,
alentadora de vientos, engendradora de todo, porque, sin ti, nada alcanza del
todo la carta de naturaleza de su existencia, ya que en todo participas,
mezclada en prodigiosa atmósfera. Pues tú sola lo dominas y gobiernas todo,
moviéndote en corrientes que producen estruendo por los aires. Ea, pues,
bienaventurada, gloriosa y augusta diosa, ven, te lo ruego, propicia,
reflejando alegría en tu rostro bello.
Hera
tiene la forma del aire ('aeromorfa') como Rea, y como el Céfiro nutre las
almas de los humanos con una brisa (aura) propicia. Es la engendradora de todo
porque participa en todo y lo abastece todo, al estar integrada en la atmósfera
prodigiosa, o ser ella misma la propia atmósfera. Se expresa claramente que
estos movimientos del aire circundante, estas auras, tienen naturaleza
espiritual y divina porque nutren el alma de los hombres. De este modo se
anuncia la naturaleza aérea, dionisíaca, del alma de los hombres y la forzosa sensibilidad al etéreo elemento.
En el himno 5 Porfirio suplica no
ya a un dios, sino directamente al éter:
Tú,
que posees el poder soberano y para siempre indestructible de Zeus, y una
porción de los astros sol y luna. Domador de todo, que exhalas fuego, incentivo
para todos los seres vivos, éter excelso, nobilísimo elemento del universo,
germen brillante, portador de luz, de estrellado resplandor. A ti te invoco y
suplico que estés afable y sereno.
El éter
es el elemento excelso que tiene el poder soberano sobre el universo completo,
por el cual actúan los dioses. Domador de todo, amansa la totalidad de los
seres, controla sus instintos y sus pasiones. Germen e incentivo de todos los
seres vivos, se le invoca y se le suplica que esté afable y sereno, para poder
estar nosotros los humanos asimismo afables y serenos. Éste es el poder que se
le atribuye sobre nuestra alma.
Orfeo mismo conocía el poder del
éter sobre el alma de todas las criaturas. Sabía que el aire, la brisa, el aura
o la atmósfera, invisible y que todo lo abarca, 'toca' el alma o, aún más,
propiamente la conforma. Orfeo tenía este conocimiento y, además, sabía cómo
utilizar su poder. Veamos un fragmento de las Argonáuticas Órficas de Porfirio,
aquel en el que Orfeo somete al dragón:
...El
dragón, arrastrándose en sus enormes repliegues, se puso a dar vueltas,
levantando su cabeza y su espantosa mandíbula, y emitió un silbido funesto y el
inmenso firmamento retumbó. Resonaron con estruendo los árboles, sacudidos
enteramente de raíz por doquier; el bosque resonó silbos y alaridos. Por otra
parte, el temor hizo presa en mí y en mis compañeros. Sola, aparte, Medea
mantenía un corazón indomable en su pecho, porque con sus manos había recogido
trozos de raíces tóxicas. Yo, entonces, por mi parte, le saqué un sonido divino
a mi lira y de la última cuerda obtuve un timbre grave, emitiendo de mis
labios, quedamente, un cántico imperceptible. Loé al Sueño, soberano de los
dioses y de todos los hombres, para que viniera y calmara el alma del violento
dragón. Rápidamente me obedeció y se encaminó a la tierra de Cita. Y,
adormeciendo las tribus de los hombres que se afanan durante todo el día, las
violentas corrientes de los vientos, las olas del mar, las fuentes de aguas
perennes, las corrientes de los ríos, las fieras y aves que viven y reptan, se
alejó al impulso de sus áureas alas, dejándolos sumidos en el sopor. Llegó al
florido territorio de los duros colcos. El Sueño atrapó rápidamente los ojos
del monstruoso dragón, y lo dejó como muerto. El largo cuello de su garganta
dejó caer, sintiendo pesada la cabeza por las escamas...
Los
sonidos que salen de la lira y los labios de Orfeo no son música propiamente.
Orfeo sacó, se cuenta en este episodio, un sonido de su lira, sólo uno, un
timbre grave, de la última cuerda. Y emitió, a la vez, un cántico imperceptible de sus labios. No hay aquí música tal como la entendemos
nosotros, como una melodía... Sólo un sonido grave de la lira más otros
'sonidos' vocales en realidad no perceptibles al oído. Su 'música' no es tal,
ni él es un músico virtuoso que encante a los oyentes con magníficas
interpretaciones. El poder 'divino' de los sonidos que emite es mucho más
esencial. Es el poder que proviene de hacer vibrar el aire, de provocar una
'aura', un flujo del aire, igual que hacen los dioses. El sonido grave de la
lira, en este caso, tiene la capacidad de provocar el sueño (o 'invocar
al dios del Sueño', expresado en términos de pensamiento mitológico).
Notemos, además, que el dios del Sueño, como todos los dioses de las
Argonáuticas, lleva alas y se mueve al impulso de éstas, se mueve por el aire,
como por el aire se mueve la música de Orfeo.
Por otra
parte, de los labios de Orfeo no sale un hechizo que actúe exclusivamente sobre el ser al que va dirigido, el dragón, como sería de esperar en una acción de
'magia'. Por el contrario, se moviliza un poder inespecífico, universal, que
actúa sobre todas las criaturas. La vibración o flujo en la atmósfera que
provoca Orfeo con su sonido, afecta a todo lo que la atmósfera toca: las aves,
las fieras, el dragón, los hombres mismos... Los deja a todos, sin excepción,
sumidos en el sopor.
El
sonido de Orfeo actúa, también, en las corrientes de los vientos y en las olas
del mar, las 'adormece', debilita o anula. Es obvio que se refiere al viento, a
sus movimientos en corrientes y a su efecto en el mar. Igualmente actúa el
sonido etéreo, se nos dice, sobre las corrientes de los ríos y las fuentes de
aguas perennes, los debilita, podríamos intuir, por algún cambio en la presión
atmosférica, aunque no explica nada más concreto.
El fragmento 228 de la versión de
Kern de la antigua Teogonía Rapsódica confirma sucintamente lo expuesto aquí
por nosotros. En este fragmento, recogido de una cita de Vetio Valente,
aparecen expresadas con la máxima concisión cuatro ideas absolutamente
centrales del orfismo:
- El alma del hombre se origina
del éter.
El alma, tanto en
la idea de lo que 'da vida' como en lo referido a la actividad mental y la
conciencia, es algo que hay en el aire o es el mismo aire, y actúa sobre
nuestro cuerpo mortal, pero no forma parte ni depende de él, sino
que es universal (se extiende por todo, lo toca todo) y eterno (no perece con
el cuerpo pues es pura materia y la materia no muere).
Para ser correctos tendríamos que
decir, como en el fragmento citado, no que el alma 'es' el aire, sino que el alma
se origina del aire. Esto es: el alma es la expresión del fenómeno biológico y
psicológico de la acción del aire sobre nuestro cuerpo. Nuestra vida mental y
consciente está en función del flujo y de las variaciones atmosféricas del aire
que actuarían sobre nosotros. Por lo tanto, nuestra alma no es
'nuestra' del todo, sino que su origen es común a todos los hombres y a todas
las criaturas (el aire nos llega y nos toca a todos por igual) y es inmortal y
'sin vejez', existe desde el principio de los tiempos, a diferencia de nuestros
cuerpos temporales.
Si admitimos que el aire, infinito
e inmortal, se proyecta de este modo en el alma humana, las manifestaciones
recurrentes que encontramos en el orfismo y en otras tradiciones filosóficas y
religiosas posteriores, en el sentido de que el aire o el éter son 'divinos', o
de que nuestra alma es inmortal y proviene de un 'espíritu' universal e
infinito, se vuelven perfectamente comprensibles en el plano del monismo
materialista.
Estas ideas elementales de la
teogonía órfica conforman, en sí mismas, toda una concepción, muy profunda, del
mundo, el alma y la vida. Pero la idea de la inmortalidad del alma, además,
estimula con facilidad las esperanzas personales relacionadas con la existencia
de una vida póstuma y derivó en el establecimiento de una dogmática y de una
escatología religiosas. Orfeo se convirtió en el guía espiritual de los hombres
en este mundo terrenal, quien daba las pautas del comportamiento a seguir para
alcanzar la salvación del alma más allá del cuerpo mortal. Según el pensamiento
órfico, los principios de salvación están en cada uno de nosotros, porque todos
tenemos en nuestra naturaleza un elemento de divinidad, de Dioniso, desde el
origen de la humanidad. No tenemos de antemano la seguridad de un futuro
bienaventurado. Por una vida equivocada, de 'pecado', el elemento divino (el alma o intelecto) puede debilitarse y aflorar en nosotros la nuestra naturaleza
titánica (Platón, Leyes 701 c). El creyente debe llevar una vida órfica que aspira
a la exaltación y purificación de su naturaleza dionisíaca (mental) para
superar su otra naturaleza terrenal (corporal). Así podemos llegar a ser en acto lo que
somos potencialmente: dioses, no simples mortales.
El órfico era un
asceta, creía que la fuente del mal radica en el cuerpo, que distorsiona con sus apetitos y
pasiones la expresión del intelecto puro. El cuerpo debe ser dominado. Este precepto se basa en la creencia de que
la vida terrena es un castigo para el alma, castigo que consiste precisamente
en la propia sujeción y limitación del alma a un cuerpo. El cuerpo es una especie de cárcel
del alma, una tumba. Platón dice en el Cratilo (400 c): Algunos dicen
que el cuerpo es la tumba ('sema') del alma, como si, en su presente
existencia, estuviera enterrada, y además porque por medio de él el alma da
seña ('sema') de lo que quiere expresar. En mi opinión, a los seguidores de
Orfeo principalmente debe atribuirse el haberle dado este nombre (se
refiere a 'soma', que tendría una conexión etimológica con 'sema'), pues
sostienen que el alma sufre castigo por una u otra razón, y tiene esa cáscara
alrededor, como una prisión para impedirle que escape.
Esta
doctrina de los órficos ejerció sobre Platón una fascinación tremenda, sostiene Guthrie (p 215). Todo el Fedón, además de contener una buena parte de la
terminología órfica, está compenetrado del dualismo de los órficos, que separa
cuerpo y alma tan limpiamente aún siendo ambos materia, y hace del cuerpo un mero impedimento, el origen
del mal, del que el alma ha de distanciarse en lo posible para mantenerse más o menos pura. Añade
Guthrie que se puede señalar a los órficos como uno de los influjos que
concurrieron a formar la parte más característica del platonismo: la rígida
separación entre el mundo inferior de los sentidos (el cuerpo) y el mundo
celestial de las ideas (el intelecto).
Según la interpretación de Platón, la naturaleza de los hombres es compuesta. Esto es consecuencia
del pecado, no individual sino del 'pecado original' del cual toda la humanidad
es heredera. Este hecho significa que cada individuo tiene una parte propensa
al pecado, propio de la naturaleza titánica, y una parte que, siendo de origen divino,
lucha contra esa naturaleza titánica para decantarse de ella. Depende de cada uno,
de su inteligencia, el que predomine la naturaleza divina o la titánica en su
existencia, y el que la vida sea buena o mala.
Al morir, nuestra
alma va al Hades, donde unos jueces examinan nuestras vidas y consignan a
nuestra alma una nueva vida acorde a nuestros méritos. Una vez determinada la
nueva vida en la tierra, se hace beber agua del Leteo a las almas destinadas a
reencarnarse para olvidar sus vidas anteriores. Así sólo nos queda un
sentimiento vago y difuso de las verdades aprendidas en otras existencias.
Hecho esto, el alma reingresa en un cuerpo mortal y nace otra vez. El círculo
se completa una vez más. El alma vuelve a estar prisionera en un cuerpo, en una
cáscara corporal que retiene su naturaleza celeste. Y así, sucesivamente, por
muchos años, miles, o hasta haber vivido de forma consecutiva tres vidas puras
y santas, como cree Platón y lo señala en el Fedro. La liberación final
consiste en que nuestra alma pueda permanecer en su elemento natural, el éter,
y así 'nos convertimos' en un dios; devenimos una divinidad, lo celeste que hay
en nosotros deja de ser prisionero de un cuerpo y permanece puro en su estado
natural, en el cielo (el cielo físico), sin afecciones corporales. Lo etéreo deja de estar retenido y condicionado por lo líquido y lo sólido de nuestro cuerpo.
Las
almas liberadas, deificadas, literalmente 'van al cielo', otra idea heredada
por el cristianismo. Como señala Guthrie, la palabra empleada entonces no era
habitualmente 'cielo', sino 'éter'. El 'éter', para ser exactos, era la
sustancia que llenaba las regiones externas del cielo, más allá de la atmósfera
que rodea la Tierra y que se extiende hasta la Luna. En esta región habitaba la
divinidad o inteligencia pura del cosmos, y el éter mismo era considerado
divino, como hemos visto.
En Eurípides, a veces el éter
aparece como la residencia de Zeus y a veces como el propio Zeus. Se
consideraba naturalmente que el alma estaba hecha de una 'chispa' de éter
encarcelada en el cuerpo, la cual, cuando fuera liberada, volaría y volvería a
reunirse con el resto de su sustancia. Así Eurípides habla de la inteligencia
del fallecido como 'algo inmortal, que se sumerge en el inmortal éter'.
También se dice, más específicamente, que el alma vuela hacia las estrellas, o
se convierte en estrella, pues el éter es la sustancia de que están hechas las
estrellas (Aristóteles. De caelo, libro 1).
Los siguientes versos de la Eneida
(VI, 743-51) de Virgilio ilustran lo que estamos diciendo:
y de nuevo empiezan a querer
volver a otros cuerpos.
Las almas finalmente liberadas van al éter de las estrellas, y dejan el aire de las regiones inferiores del Elíseo, que es habitado por las almas que aún tienen que sufrir renacimiento, según
Virgilio. A las regiones del Elíseo las designa como 'aéreos campos'. 'Aer' es
la atmósfera menos pura, inferior, que llena el espacio inmediato sobre la
Tierra, diferenciado del 'éter' superior de las estrellas. Las almas destinadas
a renacer ocupan el nivel del aire que habitamos todos los seres vivos. De
modo que cuando nacemos y a lo largo de toda nuestra vida, a cada respiración
absorbemos con el aire parte del alma universal y la hacemos nuestra.
Conde, F. Página sobre
filosofía, www.paginasobrefilosofia.com/html/.
González, C. Historia de la
filosofía. 2 ª ed., Madrid, 1886. Edición digital Proyecto Filosofía en
español, www.filosofia.org, 2002.
Guthrie W.K.C. Orfeo y la
religión griega, Siruela, Madrid, 2003.
Porfirio, Vida de
Pitágoras. Argonáuticas Órficas. Himnos órficos, Gredos,
Madrid, 1987.
Rohde E. Psique. La
idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, Fondo de Cultura
Económica, México, 1948.
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