Miguel Servet, mística y ciencia del pneuma.
Christianismi restitutio (1553). |
En el Libro primero de Errores sobre la trinidad Servet aclara sobre el concepto de "espíritu santo": "...la Escritura trata sobre este tema de forma sorprendente y casi incomprensible, sobre todo para los que no conocen su peculiar y habitual forma de hablar, pues por el espíritu santo entiende ahora el propio Dios, ahora un ángel, ahora el espíritu del hombre, cierto instinto o soplo divino de la mente, un impulso mental o un aliento (...). Y algunos por espíritu santo no quieren que se entienda otra cosa más que la justa inteligencia y capacidad racional del hombre. Y entre los hebreos 'espíritu' no significa otra cosa sino respirador o soplo, que nombra indistintamente viento o aire, y, entre los griegos, por 'pneuma' se entiende un aire cualquiera e impulso de la mente, y no es un obstáculo que el espíritu se llame 'santo', pues todos los movimientos del alma, en tanto que conciernen a la religión de Cristo, reciben la calificación de santos y de consagrados por Dios." (pp 184 y 185)
Servet iguala 'espíritu santo' con 'espíritu' y señala como válidas las múltiples acepciones del término en las diferentes tradiciones; las recoge como un concepto único o como los diferentes aspectos de un mismo objeto. El concepto de espíritu hace alusión al aire, viento o soplo divino, a la vez que movimiento del alma, instinto o impulso de la mente, a la vez que inteligencia y razón, a la vez que alude a la presencia de algún ángel o del propio Dios. Todo esto es espíritu. Reconstruye el concepto originario a partir de sus versiones fragmentarias. Defiende una visión unitaria del espíritu como idea central de su tesis y se propone, con ello, nada menos que restituir el cristianismo.
En el Libro segundo, sobre la localización del espíritu en el cielo, aclara: "... Un cielo es el del aire, como las aves del cielo, las nubes del cielo, el agua del cielo. El segundo es el del éter, región de los astros. Pero el espíritu, no contento con ellos, sube más allá, no lo digo en un sentido local. Y así el espíritu de Pablo penetró en el tercer cielo, y este propiamente está dentro de nosotros, si estos cielos se abren para alguien, como para Juan y Esteban, ese alguien verá a Cristo donde esté, verá lo que se dice en el capítulo primero del Génesis: Dios creó los cielos, es decir, las moradas espirituales de Dios y la luz inaccesible con la que Dios se cubre como si de un manto se tratara." (p 233) El espíritu está en el cielo y por todas partes del universo, lo cubre todo como un manto de luz inaccesible, y destaca especialmente que, además de fuera, también está dentro de nosotros.
Más adelante en el mismo libro, reprocha a los filósofos que, en su ignorancia del sentido que tiene en la Escritura, se equivocan al menospreciar la naturaleza espiritual del aire, que es, a la vez que espíritu santo o de Dios, también espíritu humano, el cual fluye por la respiración: "... La energía y el espíritu vivificante de la deidad están en la materia que se aspira y espira, pues él (Dios), con su espíritu, sostiene en nosotros la respiración de la vida y da aliento al pueblo que está sobre la tierra y espíritu a los que la recorren; él solo mueve los cielos; saca los vientos de su escondite. (...) Para llegar directamente al espíritu santo empezamos por el espíritu de Dios. En efecto, los filósofos, al no conocer esta energía de la deidad, han sido incapaces de entender con qué intención el espíritu del viento puede ser llamado espíritu de Dios (Génesis 10). Y no se preocupan de si Dios lo envía hacia nosotros desde los depósitos que él tiene o si afluye a través de él. Por lo tanto, que sepan de ahora en adelante que Dios, él mismo, está actuando dentro de la propia sustancia del aliento. Aquí lo tienes: el propio Dios está tan presente en tu boca, en tu espíritu, dentro y fuera de ti como si el pudieras tocar con la mano (Actas 17). Por la agitación de su espíritu, son sacudidas las fuerzas de los cielos. La materia orbicular es una cosa muerta si no es agitada por el espíritu de Dios." (pp 261 y 262) (Las citas son de Servet.)
Continúa: "Todas estas consideraciones sobre el espíritu de Dios son los preliminares para hablar ahora del espíritu santo, pues el modelo de santidad que se aplica a la acción del espíritu de Dios no implica nada filosófico: en efecto, el el espíritu de Dios actúa dentro y fuera, pero lo que santifica es lo que está dentro. Por tanto, tengamos presente la diferencia entre soplo y espíritu, pues es llamado soplo cuando viene de afuera, pero cuando actúa en el interior e ilumina y santifica el espíritu del hombre, el espíritu es llamado santo. Efectivamente, a propósito de nosotros no se dice que recibimos el soplo, sino que, cuando llega este soplo, recibimos el espíritu, de modo que, después de haber soplado por la boca, Cristo dice: 'recibe espíritu santo' (Juan 20). El viento también se diferencia del espíritu porque se dice, hablando con absoluta propiedad, que el espíritu está tanto en el viento como en la materia, en cuanto a poder vivificante; viento se entiende también en mal sentido, como cuando es calificado de viento pestilente o abrasador. Pero, cuando transmite su espíritu, actúa suavemente. Además, espíritu es un término más general que viento. A partir de todo esto, tratar sobre el espíritu -con respecto al antiguo testamento- resulta más accesible; efectivamente, el espíritu del poder de Dios no puede conocerse sin los instrumentos por los que su actuación se ve rodeada." (p 263)
Servet apunta aquí que la acción del espíritu de Dios "no implica nada filosófico". De hecho, de manera reiterada en su obra manifiesta su deseo de que se abandone la costumbre de hablar siempre metafísicamente, y lamenta que la Escritura nunca tiene en cuenta la naturaleza en su materialidad. Al fin y al cabo, la acción del espíritu de Dios, para él, es una pura acción física del aire. Más adelante expondrá con detalle, lo veremos, el mecanismo físico -o psicofísico- por el que actúa, pero aquí ya adelanta que el soplo es ese aire exterior, que en sí mismo, aunque proviene de Dios, es simplemente eso, aire, pero cuando actúa en el interior del hombre "ilumina y santifica" su espíritu, y, entonces, tenemos que hablar de 'espíritu santo'. Físicamente tenemos que hablar de un soplo de aire, pero en cuanto a la acción de este soplo sobre la razón del hombre, tenemos que hablar de un fenómeno mental o espiritual.
Errores acerca de la Trinidad (1531). |
También se refiere al aire, además de como un espíritu, como un ángel, y señala: "... Un ángel no es más que un soplo de Dios (Salmo 104, 4) y eso mismo es lo que los hebreos llaman respiración y espíritu" (p 266). Al final del Libro sexto Servet escribe: "... Nosotros lo conocemos (al espíritu), no sólo porque vemos el soplo, sino porque lo percibimos en nuestro interior (Juan 14). Y casi oyéndolo, cómo dice Cristo (Juan 3)". Un matiz interesante que hace notar en cuanto a la acción del viento es que cuando transmite su poder espiritual actúa suavemente, no de manera abrupta ni violenta. No debe confundirse, por tanto, el viento que transmite espíritu con el simple viento meteorológico.
Como hace constar en una nota al margen, Servet concluye como "resolución sobre el espíritu santo" lo siguiente: "Di, pues, que el espíritu santo es una agitación divina en el espíritu del hombre. De este modo, lo que Dios, al agitar, ilumina, también lo santifica al iluminarlo, y no hace falta aquí ninguna definición quiditativa, pues la voz espíritu corresponde al género de movimiento, como impulso, ímpetu y aliento, y porque Dios, al moverlos así, santifica a los que creen en Cristo, el espíritu que está en el hombre es llamado santo, y ello gracias a la fe en Cristo".
Según Servet, percibimos el espíritu en nuestro interior al iluminarse en nuestro pensamiento por una agitación divina. La agitación correspondería, como señalaba antes, al género material de un movimiento del aire que proviene de Dios. La naturaleza de este fenómeno de iluminación del espíritu del hombre por una agitación del aire, defiende Servet, es puramente empírica, no se necesitan, pues, discusiones metafísicas. Lo metafísico o divino ("santo") lo pone (o no) la fe cristiana que pueda tener el sujeto, pero no forma parte del mecanismo físico de acción del fenómeno.
En definitiva, el mundo mental y espiritual de Servet estaría formado por momentos o variaciones de "iluminación" de la mente del hombre que obedecen a fluctuaciones y movimientos del aire. Este fenómeno psicofísico, empírico y analizable, es el elemento central del Servet científico. Lo que rodea este fenómeno, efectivamente, son cuestiones de fe, ya sea sobre el origen primero de este aire, que provendría de Dios entendido como creador del universo, ya sea la fe personal en Cristo que pueda tener el sujeto, la cual es iluminada en aquel que en efecto la tiene al iluminarse su mente, como lo son cualesquiera otras ideas o pensamientos de esa persona. Esto es la manifestación del fenómeno en unos determinados contenidos mentales, pero el fenómeno, el acto en sí de pensar, es pura materialidad.
La Escritura, hace notar Servet con reiteración, si no habla explícitamente de la naturaleza de este fenómeno es porque el plano del discurso cristiano no es el de "tratar de naturalezas", sino el de la pura experiencia personal: "... El que siente que hay espíritu en sí mismo habla de él marcando una distinción como queriendo señalar con el dedo, pero a esto lo desconocen los filósofos. Se ha de admirar, sin embargo, en el grado más alto la eficacia de las disposiciones de Dios, hasta el punto que muestran así la hipóstasis de un ser perceptible. Y la Escritura habla distintamente de las cosas que se perciben distintamente; atiende a nuestra capacidad o modos de percepción más que en nuestras filosofías. Pero estamos locos al no dejarnos instruir por lo que se acomoda tan familiarmente a nosotros. Nos invita a que nosotros mismos sondeemos y probemos si percibimos el espíritu en nosotros más que a preguntarnos qué entidad es o cuál es su naturaleza, pues a menudo he dado testimonio de que en la Escritura no se trata de naturalezas." (Libro séptimo, p 372)
La aportación más reconocida de Servet a la ciencia es la descripción que hizo de la circulación menor de la sangre, que expone en su obra La primera descripción de la circulación de la sangre. Se le reconoce gran valor, totalmente merecido, ya que se ignoraba comúnmente en su época la existencia de la circulación pulmonar de la sangre. Constituye, este escrito, una verdadera lección de anatomía y de fisiología del momento. Pero para Servet no se trataba de una cuestión exclusivamente anatómica y fisiológica, sino de mucho más, como no se cansa de manifestar. Lo que Servet pretende realmente es hacer una "filosofía divina" que reúna "el completo conocimiento del alma y del espíritu". Para él el hallazgo de la circulación pulmonar de la sangre significa ni más ni menos que la comprensión del mecanismo empírico del funcionamiento del alma y del espíritu humanos.
Indica Ángel Acalá, editor de sus obras completas, en una nota al margen, que Servet hace en todo este texto de La primera descripción de la circulación de la sangre una pirueta genial. Por un lado hace un materialismo perfectamente galénico, pero por otra, como buen cristiano, recoge la tradición judeocristiana, que le es bien conocida. Compatibiliza, como nunca se había hecho, un contenido médico helénico materialista con una cultura espiritualista, la cristiana. Une ciencia y mística. Mientras para Galeno el alma es una mezcla saludablemente proporcional de los cuatro elementos materiales -tierra, agua, aire y fuego-, Servet habla, como hicieran Anaxímenes y Diógenes de Apolonia, de un solo elemento que a su vez es materia y espíritu: el aire.
A partir de este punto de su obra Servet introduce en la argumentación un elemento nuevo, que es orgánico: la sangre. La sangre será, junto con el aire, la idea principal y el hilo conductor de su "filosofía divina". La sangre se mezcla con el aire en los pulmones y distribuye ese 'spiritus' por todo el cuerpo, de manera preferente en el cerebro.
Sólo de pasada había mencionado antes la sangre -y el corazón-, al final de la Declaración sobre Jesús el Cristo, cuando cita Jeremías y afirma que el espíritu de Dios "imprime" en el corazón de los hombres, con "tinta interior" el conocimiento de Cristo."Que el alma tenga algo de la sustancia elemental, lo enseña Ezequiel; que tenga algo de la sustancia de la sangre, lo dice Dios. A esto lo explicaré con más detalles, para que entiendas (dirigiéndose al lector) que la sustancia del espíritu creado de Cristo está esencialmente unida a la sustancia misma del espíritu santo. Llamo espíritu al aire, ya que en la lengua santa no existe un término especial para designar al aire. Más aún, este mismo hecho nos da a entender que en el aire hay cierto hálito divino y que lo llena el espíritu del Señor." (La primera descripción de la circulación de la sangre, pp 282 y 283)
Servet, una vez ha manifestado nuevamente y de forma tan expresa, por si quedaba alguna duda, a qué llama espíritu, inicia, a partir de este párrafo, su lección de anatomía y fisiología del alma. Se esfuerza, lo primero de todo, en diferenciar tres "espíritus" corporales. Los dos primeros vienen a constituir el alma. Pertenecen, estos dos "espíritus", al elemento corporal sobre el que actúa el espíritu universal externo o aire, esto es, a la sangre. Se trata del 'espíritu natural ', que corresponde a la sangre venosa, y del 'espíritu vital', que corresponde a la sangre del corazón y de las arterias, ya mezclada con aire una vez que ha pasado por los pulmones. Los llama a ambos como 'espíritus sanguíneos'. El tercer "espíritu" corporal y orgánico, al que llama 'espíritu animal', corresponde a la actividad del cerebro, "una especie de rayo de luz que actúa en el cerebro y los nervios". Servet identifica actividad cerebral con actividad mental. La actividad cerebral o mental es alimentada -como también lo es el alma que reside en la sangre- por el espíritu universal o aire, que es el espíritu de Dios. En los tres espíritus corporales hay, pues, la energía del espíritu universal-aire-Dios."Así pues, para que adquieras completo conocimiento del alma y del espíritu, incluiré aquí, lector [cristiano], una filosofía divina que entenderás con facilidad, si estás versado en anatomía. Suele decirse que hay en nosotros tres espíritus formados de la sustancia de los tres elementos superiores: el natural, el vital y el animal. El primero es la sangre, cuya sede está en el hígado y en las venas del cuerpo, el segundo es el espíritu vital, cuya sede está en el corazón y en las arterias del cuerpo, el tercero es el espíritu animal, una especie de rayo de luz, cuya sede está en el cerebro y en los nervios del cuerpo. En los tres está la energía del único espíritu y luz de Dios.(...) De sangre del hígado consta la materia del alma, por medio de una maravillosa elaboración que ahora escucharás. Por eso se dice que el alma es la sangre, y que el alma misma es la sangre o espíritu sanguíneo. No se dice que el alma esté principalmente en las paredes del corazón, ni en la masa del cerebro o del hígado, sino en la sangre, como enseña Dios mismo. (Gn 9; Lv 17; Dt 12)".
El alma es sangre, su materia corporal es la sangre. Pero es cuando pasa por los pulmones y se combina con el aire aspirado que recoge la energía del espíritu de Dios -el aire- y se constituye en el 'espíritu vital'. Este 'espíritu vital' tiene en la sangre su naturaleza corporal y en el aire absorbido su naturaleza "espiritual".
Servet explica en los párrafos siguientes como la sangre, impulsada desde el ventrículo derecho del corazón, "por un largo circuito a través de los pulmones" se combina con el aire aspirado, devuelve esta sangre oxigenada al ventrículo izquierdo del corazón y, desde éste, se distribuye por todo el cuerpo."Para entender todo esto hay que entender primero cómo se produce la generación sustancial del propio espíritu vital, el cual está constituido y alimentado por el aire aspirado y por una sangre muy sutil. El espíritu vital tiene su origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y a su producción contribuyen principalmente los pulmones. Es un espíritu tenue elaborado por la fuerza del calor, de color rojizo, de tan fogosa potencia que es como una especie de vapor claro de la más pura sangre, que contiene en sí sustancia de agua, de aire y de fuego. Se produce en los pulmones al combinarse el aire aspirado con la sangre sutil elaborada que el ventrículo derecho del corazón transmite al izquierdo. Pero este trasvase no se realiza a través del tabique medio del corazón, como corrientemente se cree, sino que, por un procedimiento muy ingenioso, la sangre sutil es impulsada desde el ventrículo derecho del corazón por un largo circuito a través de los pulmones. En los pulmones es elaborada y se vuelve rojiza, y es trasvasada desde la arteria pulmonar en las venas pulmonares. Entonces, en la misma vena pulmonar se mezcla con aire aspirado, por espiración se vuelve a purificar de la fulígine, y así, finalmente, la mezcla total, material apto ya para convertirse en espíritu vital, es atraída por la diástole desde el ventrículo izquierdo del corazón. Ahora bien, que se realice de este modo a través de los pulmones esa comunicación y elaboración, lo demuestra la variada conexión y comunicación de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en los pulmones, y lo confirma el notable tamaño de la arteria pulmonar, ya que ésta no hubiera sido hecha tan grande, ni enviaría tal cantidad de la sangre más pura desde el corazón a los pulmones simplemente para alimentarlos, ni de esta suerte podría ser útil el corazón a los pulmones. Sobre todo, si se tiene en cuenta que, anteriormente, en el embrión, los pulmones se nutrían de otra fuente, debido a que esas membranitas o válvulas del corazón no se abren hasta el momento del nacimiento, como enseña Galeno. Es, pues, evidente que tiene otra función el que la sangre se derrame tan copiosamente del corazón a los pulmones, precisamente en el momento de nacer. Lo mismo prueba el hecho de que los pulmones no envían al corazón, a través de la vena pulmonar, aire solo, sino aire mezclado con sangre. Entonces tal mezcla tiene lugar en los pulmones: los pulmones dan a la sangre oxigenada ese color rojizo, no el corazón [el que mejor se lo daría negro]. Además, en el ventrículo izquierdo del corazón no hay suficiente espacio para tan grande y copiosa mezcla, ni actividad capaz de darle ese color rojizo. Por último, dicho tabique intermedio, al no tener vasos ni mecanismos, no resulta idóneo para semejante comunicación y elaboración, por más que pueda resudar un poco. Por el mismo procedimiento por el que se realiza en el hígado una transfusión de sangre de la vena porta a la cava, se realiza también en los pulmones una transfusión de espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar.
"Así pues, ese espíritu vital se transfunde entonces desde el ventrículo izquierdo del corazón a las arterias de todo el cuerpo de manera que el más sutil se dirige a las partes superiores, en las que vuelve a ser elaborado, sobre todo en el plexo reticular situado bajo la base del cerebro. En éste empieza a cambiar de espíritu vital a espíritu animal, acercándose a la sede misma del alma racional. Nuevamente, gracias a la fuerza ígnea de la mente, vuelve a ser sutilizado, elaborado y perfeccionado en unos vasos delgadísimos o arterias capilares, situados en los plexos coroides, y que contienen ya la mente misma. Estos plexos penetran todas las cavidades del cerebro y ciñen interiormente sus ventrículos, manteniendo unidos entre sí y entretejidos aquellos vasos hasta los orígenes de los nervios para transmitirles la facultad de sentir y mover. Estos vasos, finamente entretejidos como una filigrana milagrosa, a pesar que les diga arterias, son en realidad la terminación de las arterias que por la meninge conducen al origen de los nervios. Se trata de un nuevo tipo de vasos; pues así como para la transfusión desde las venas a las arterias hay en el pulmón un tipo de vasos formados por vena y arteria, así también para la transfusión desde las arterias a los nervios hay un nuevo tipo de vasos formados por la túnica de la arteria en la meninge, especialmente porque las meninges continúan sus túnicas en los nervios.
A continuación Servet manifiesta que la "sensibilidad" no reside concretamente en la "blanda materia" de los nervios ni del cerebro, sino en la aportación del sutil 'espíritu vital' por delgadísimos vasos sanguíneos y filamentos membranosos que se extienden hasta "el origen de los nervios". El espíritu, la sangre con mayor proporción de aire, más ligera y sutil, tiende a ir constantemente hacia los "filamentos membranosos" de los nervios. "La sensibilidad de los nervios no radica en su blanda materia, así como tampoco en el cerebro. Todos los nervios terminan en filamentos membranosos dotados de exquisita sensibilidad, por lo que el espíritu tiende constantemente hacia ellos. Así pues, desde estos vasillos de las meninges o coroides, como desde una fuente, se difunde como un rayo el luminoso espíritu animal a través de los nervios hasta los ojos y los otros órganos sensoriales. Y por el mismo conducto, pero en sentido inverso, son remitidas desde el exterior hacia esa misma fuente las imágenes luminosas de las cosas sentidas, penetrando hacia dentro como a través de un medio luminoso." Así, la sede de la mente o alma racional, para Servet, no es propiamente la masa blanda del cerebro, que es fría y falta de sensibilidad, sino los vasos sanguíneos, "que están unidos y aportan fuerza a los nervios sensoriales".
"Lo dicho es suficiente para dejar constancia de que esa masa blanda del cerebro no es propiamente la sede del alma racional, por ser fría y falta de sensibilidad, sino que actúa como de cojín de dichos vasos para evitar que se rompan, y como de custodio del espíritu animal para evitar que se derrame cuando va a ser comunicado a los nervios. Es fría precisamente para contrarrestar ese fogoso calor contenido dentro de los vasos. Así se explica también que, para mayor seguridad en la custodia del espíritu, conserven los nervios la túnica de membrana que es común a dichos vasos en su cavidad interior, y ello gracias a la meninge delgada, lo mismo que la gruesa les proporciona otra túnica exterior. (...) A consecuencia de un desproporcionado calor en los vasos o de una inflamación en las meninges, pueden darse evidentes delirios y frenesís. Por tanto, considerando las enfermedades que pueden sobrevenir, su localización y naturaleza, la intensidad del calor, así como la ingeniosa belleza de los vasos que lo contienen, y las operaciones del alma que allí se manifiestan, llegamos siempre a la misma conclusión: que tales vasos son los más importantes, tanto porque todos los demás están a su servicio, como porque a ellos están unidos los nervios sensoriales para recibir de ellos fuerza, como, y finalmente, porque percibimos el entendimiento actuando allí cuando en una fuerte meditación esas arterias nos golpean en los pulsos. Apenas lo entenderá quien no viera ese lugar."
La fuerza que aportan los vasos sanguíneos del cerebro consiste básicamente en la "aireación del fuego de la mente". Estos vasos, con la sangre o alimento corporal, aportan el aire o alimento espiritual que expande, aviva y alimenta el fuego de nuestra alma racional por aspiración y espiración desde los pulmones."(...) En estos vasos hay mente, alma y espíritu de fuego en necesidad de constante aireación; de lo contrario, se apagaría cerrada, como le sucede al fuego exterior. Como el fuego, necesita aireación y expansión, no sólo coger pábulo del aire, sino echarle sus desechos, así como este fuego exterior elemental va unido a un craso cuerpo terreno, por serles común la sequedad y una misma forma de luz, y tiene como pábulo el líquido del cuerpo, y de aire se expande, aviva y alimenta, así también ese espíritu de fuego y alma nuestra está unido al cuerpo, constituye unidad con él, tiene como pábulo la su sangre, y se expande, aviva y alimenta de espíritu aéreo por aspiración y espiración, de modo que tiene un doble alimento: espiritual y corporal."
El espíritu aéreo (aire) es llevado por la sangre al corazón y al cerebro, desde los pulmones, dice Servet, lo mismo que sucedió en la inspiración divina original, de la creación. De ahí que toda nueva inspiración o iluminación posterior vuelve a estimular aquélla. En cada inspiración de los pulmones nos penetra el pneuma o espíritu. Este aire, por la circulación de la sangre, ilumina la mente al llegar al cerebro, de forma continua, soplo tras soplo.
"Por su localización y necesidad de fomento espiritual fue extraordinariamente conveniente que ese mismo lugar naturalmente luminoso de nuestro espíritu fuera inspirado por otro Espíritu, santo, celestial, luminoso, y ello por espiración de la boca de Cristo, ya que en el aspiración del espíritu siempre es atraído por nosotros a ese mismo lugar. Fue conveniente que el mismo lugar de nuestro entendimiento y de nuestra alma brillante fuera de nuevo iluminado por la celeste luz de otro fuego, pues Dios enciende en nosotros la primera lámpara y entonces nuevamente convierte en luz las tinieblas que de él salen, como dicen David en Sal 17 y 2 S. Lo mismo enseña Eliud a Jb 32 y 33, y otro tanto enseñaron Zoroastro, Trismegisto y Pitágoras [que hay en nosotros una doble luz, la innata y la sobreañadida]."
La calidad del alma depende, en un plano de explicación estructural, de la conformación y disposición de los vasos sanguíneos del cerebro, reconoce Servet. En el plano funcional, sin embargo, depende de la calidad del espíritu que penetra en estos vasos. Servet habla de espíritus malignos y espíritus benignos que actúan en las cavidades de los ventrículos del cerebro. Y como señala A. Alcalá, Servet no se refiere con "espíritu maligno" al demonio, sino que simplemente constata que el "espíritu" (aire) puede ser fisiológicamente y mentalmente -incluso moralmente- beneficioso o pernicioso. Según esto habría una base fisiológica, un 'buen aire' y un 'mal aire', en la raíz de toda actividad mental (y también de las intenciones moralmente buenas y malas).
"También contribuye a la bondad de la mente la buena conformación y proporción de los vasos de manera que el alma es tanto mejor cuanto mejor dispuestos están ellos. Pero así como el buen espíritu hace crecer más y más la luz que tenemos innata, así también el malo la oscurece. Si con nuestro luminoso espíritu animal penetra en los vasos de nuestro cerebro un espíritu tenebroso y perverso, entonces experimentarás furores demoníacos, y a la inversa, por el buen espíritu experimentarás luminosas revelaciones. Ahora bien, el espíritu maligno fácilmente ataca nuestros vasos, pues tiene su morada muy cerca, en estos abismos acuosos y en las cavidades de los ventrículos del cerebro. Este espíritu maligno, el poder del cual es de aire, entra y sale libremente de estas cavidades con el aire que aspiramos. (...) Por un procedimiento similar de inspiración el amor de Dios nos es acrecentado en el corazón por el espíritu santo."
Lo esencial es el mismo aire, y no la sangre. Los espíritus, malignos o benignos, están en el aire, o mejor dicho, son el aire. La sangre sólo es el medio. Tanto es así que Servet propone una segunda vía de penetración del aire-spiritus, diferente de la de la circulación pulmonar de la sangre. Explica que, en pequeña proporción, las arterias capilares de la coroides, "donde está situada muy segura la mente", al dilatarse, absorben directamente aire adicional que penetra a través del hueso etmoides.
"(...) Al espíritu animal y ígneo contenido en los capilares de la coroides le llega en pequeña proporción el aire aspirado a través del hueso denominado etmoides, y asciende hasta los dos primeros ventrículos del cerebro que se encuentran situados a izquierda y derecha de la mitad anterior de la cabeza. Allí las arterias capilares de la coroides absorben el aire al dilatarse, para ventilar el alma. (...) Es en los vasos de la coroides donde está situada muy segura la mente, ya que segurísimo es su recubrimiento."
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Ni que decir tiene que para la fisiología actual resulta inadmisible localizar las funciones mentales en los ventrículos cerebrales en lugar de en la masa encefálica. Hemos visto antes que para Servet la masa cerebral tiene una función secundaria de pura contención física y de regulación de la temperatura del espíritu ígneo de la sangre más sutilitzada. "El poder del espíritu es de aire", afirma literalmente Servet. Es más, el espíritu es aire, siempre defiende. Por lo tanto, el aire o espíritu, cuando se da en estado puro, necesariamente se localiza en espacios vacíos, en este caso en las cavidades huecas del cerebro, los ventrículos, donde no hay masa cerebral. Este aire aspirado desde el etmoides, sigue Servet, "es conducido desde los dos ventrículos anteriores al del centro". Aquí, la acción de este aire ventricular se añade a la del aire que aporta la sangre sutil y ligera de las arterias de la coroides. Siendo el ventrículo central de menor tamaño y siendo también más abundantes en él los vasos de las arterias de la coroides, es donde más "resplandece la luz espiritual" y más viva es la mente y lúcido el entendimiento.
"(...) Ese aire inspirado en el cerebro es conducido desde los dos ventrículos anteriores al del centro, una especie de conducto común al que confluyen ambos bajo la psalloides -parte posterior del cuerpo calloso-, donde está la parte más lúcida y pura de la mente. Ésta, aduciendo los gérmenes de ideas que tienen innatos por disposición divina, y partiendo de imágenes ya antes recibidas, puede pensar o combinar cosas nuevas que tengan cierto parecido, mezclar lo imaginado, inferir unas de otras, discernirlas entre sí y, si Dios la ilumina, descubrir la verdad pura. Menor es aquí el ventrículo y mejor (más perspicua) la condición del entendimiento, pues aquí son más abundantes las arterias de la coroides, alimentan mejor por la diástole su espíritu ígneo, y aportan las aprehensiones del sentido común hacia un razonamiento más y más lúcido, al penetrar por los vasos la luz espiritual y resplandecer allí mismo la propia divinidad. No hay tanto espacio vacío como en los otros ventrículos, y así, mejor que ventrículo, debería llamarse vía larga y luminosa apta para el escrutinio. La cual fue hecha con gran sabiduría, dada la dificultad de ese escrutinio. Por eso es menor el ventrículo, porque donde está la parte más pura y lúcida de la mente no tienen por qué acumularse los residuos, y los que allí se producen se eliminan fácilmente por el tubo anexo, para que no debiliten la luz de la mente ni le causen dificultades. Mayor número de vasos hay allí alrededor del conarium -epífisis-, donde más frecuentes son las pulsaciones de las arterias y más vigorosa la actividad de la mente y espíritu ígneo. Nosotros mismos experimentamos interna y externamente como nos golpea con más fuerza allí el entendimiento cuando está trabajando, hasta tal punto que este solo experimento nos lleva de la mano hasta el lugar exacto de la mente." (La primera descripción de la circulación de la sangre, pp 283 a 299.)
La mente, según Servet, consiste en la capacidad de pensar o combinar 'cosas nuevas' (contenidos nuevos) que tienen cierto parecido, mezclarlas, inferir unas de otras y diferenciarlas entre sí partiendo de ideas innatas o de imágenes ya antes recibidas. En el plano físico materialista, la mente humana se localiza en el cerebro y es una luz o espíritu ígneo que se alimenta de espíritu (aire) y de cuerpo (sangre). El espíritu universal o Dios, literalmente, enciende en nosotros la 'luz' de la mente por medio del aire y la sangre.
El alma de Servet recuerda vivamente el zimos de Homero. El aragonés no puede evitar caer en un cierto dualismo cuerpo-mente en su afán de explicar con tanto detalle el mecanismo fisiológico de acción del aire en el cerebro y la mente. Su esfuerzo se centra en explicar cómo llega el aire al cerebro. La mayor dificultad reside, sin embargo, en la explicación posterior de cómo la acción del aire en el cerebro produce la actividad mental. Hemos visto que Servet considera la materia blanda del cerebro como materia inerte. La verdadera actividad fisiológica de la mente se localiza, según él, en la acción del aire-spiritus en los delgadísimos y muy numerosos vasos sanguíneos que se extienden por todo el cerebro y todos los nervios. Todo el sistema nervioso está entretejido de una maravillosa filigrana de vasillos y capilares que el penetran por todas partes y que transportan el aire-spiritus que alimenta el fuego de la mente.
Parece que se trata de una teoría 'energética' de la mente. La actividad mental se explicaría como la manifestación subjetiva de una actividad ígnea -metabólica, podríamos decir- que tiene lugar en el cerebro y los nervios, la cual es alimentada por el aire que le llega desde el exterior. El funcionamiento mental dependería, ante todo, de esta aportación de aire. Las variaciones posibles en la calidad del aire regularían la calidad de la actividad metabólica del cerebro y de los nervios y, a su vez, la calidad de la actividad mental. La capacidad de mezclar, identificar y diferenciar contenidos, que constituye el pensamiento, y la calidad -incluso moral- de este pensamiento dependerían directamente de las variaciones en la calidad del aire aspirado, esto es, del espíritu universal, de Dios propiamente dicho en el sentido cristiano, según Servet. Así las variaciones en nuestra actividad mental dependen de las variaciones que se dan en el aire-espíritu-Dios. Este aire-espíritu-Dios es dinámico, fluctúa en el tiempo, a momentos resulta benigno y momentos maligno para la mente, y así se manifiesta también en los actos que se derivan de la actividad mental. Dios nos ilumina, a momentos, para descubrir la verdad de las cosas, con la aireación, por medio de la sangre, del espíritu ígneo del cerebro -"nuestra mente por sí misma luminosa"-. Aunque desconoce el funcionamiento neuronal, Servet se acerca a la concepción de los nervios como filamentos transmisores de cierta energía lúcida, eléctrica, diríamos ahora. Habla repetidamente de la mente como un rayo de luz, la lámpara de la mente, de la difusión del espíritu animal por los nervios como un rayo luminoso y de la penetración de las imágenes luminosas de la visión a través de un medio luminoso, o también del alma como una chispa del espíritu de Dios o de la luz espiritual. Esta luz o energía lúcida no podía ligarla Servet al funcionamiento del entramado neuronal de la masa cerebral, pero sí al funcionamiento del entramado de vasos y capilares del cerebro y los nervios.
Servet quemado en la hoguera por orden de Calvino |
Como muy bien apunta Alcalá en sus anotaciones al margen de los escritos de Servet, más que las propias lecciones de anatomía, todo este texto científico de Servet tiene el principal propósito de mostrar la influencia del espíritu de Dios (Dios como espíritu, el pneuma, el aire en definitiva) en el espíritu animal (la vida mental del organismo) por medio del espíritu vital y el espíritu natural (la circulación de la sangre), de forma que toda actividad, la cósmica y la humana, queda subsumida como un modo de expansión temporal de ese modo sustancial divino que es el Espíritu o Dios, pero no entendido como tercera persona trinitaria, sino simplemente como spiritus o pneuma, en ambos sentidos de los términos: lo espiritual y el aire. En La primera descripción de la circulación de la sangre, en definitiva, Servet hace un gran esfuerzo de intentar explicar, con mucho detalle, cómo actúa el 'pneuma' sobre el cuerpo y sobre el alma. De este intento resultan, a nivel anatómico y fisiológico, algún acierto célebre -la circulación pulmonar de la sangre- pero también lagunas y, como no, errores. Es mucho más importante y definitivo en Servet, sin embargo, el objetivo que persigue con este esfuerzo, que no es otro que demostrar lo que ya apuntaba en obras anteriores: la idea de la existencia de algún mecanismo psicofísico elemental por el que el aire fluctuante que nos rodea provoca fluctuaciones poderosas en nuestra actividad mental.
Servet M. Declaración sobre Jesús el Cristo, Obras Completas, II-1, Primeros Escritos Teológicos, Edición de Ángel Alcalá, Larumbe Clásicos Aragoneses, Zaragoza, 2005.
Servet M. Errores acerca de la trinidad, Obras Completas, II-1, Primeros Escritos Teológicos, Edición de Ángel Alcalá, Larumbe Clásicos Aragoneses, Zaragoza, 2005.
Servet M. La primera descripción de la circulación de la sangre, Obras Completas, III, Escritos Científicos, Edición de Ángel Alcalá, Larumbe Clásicos Aragoneses, Zaragoza, 2005.
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