El pneuma, el alma hipocrática.
Los hipocráticos, al
ser el cuerpo y sus enfermedades su objeto de estudio, consideraban, naturalmente, el alma en términos biológicos. Su visión era 'física', en el sentido amplio que tenía la palabra en la época.
Si los pensadores presocráticos ya habían afirmado que
el aire, o algo asociado a él, constituía el principio vital y anímico por
excelencia, los hipocráticos planteaban el estudio sistemático de las
diferentes dimensiones físicas del aire, como el viento, la
temperatura y la humedad, como aquello que afecta el funcionamiento, sano y patológico, tanto del cuerpo como de la mente.
Los 'Aforismos' aluden al 'pneuma', un
concepto central de la filosofía y la medicina hipocráticas, que en el antiguo griego significaba 'soplo' o 'aire' a la vez que 'alma' o 'espíritu'. Para
los hipocráticos el 'pneuma' es el aire que está dentro
del cuerpo, y simplemente 'aire' cuando está fuera. El
aire penetra en el organismo por la respiración y se convierte en pneuma. Sus funciones son alimentar, impulsar, vivificar, los diferentes tejidos y órganos corporales. Pero el pneuma no sólo es básico para el funcionamiento del cuerpo y la vida 'biológica', sino que tiene una función
principal en el cerebro que es la de producir, ni más ni menos, que el
entendimiento y la inteligencia, esto es, las 'potencias superiores del alma', como las llamaban, la vida mental del organismo.
El
mecanismo concreto de la acción del pneuma en
el cerebro se explica en 'Sobre
la enfermedad sagrada',
tratado que los hipocráticos dedican al estudio de la
epilepsia, pero que además constituye una completa teoría natural del alma:
"Por
estas venas (en
alusión a las que van del hígado y del bazo al cerebro)
precisamente recogemos la mayor parte del aire, ya que éstas son los
respiraderos de nuestro cuerpo, al atraer hacia ellas el
aire exterior, y después lo distribuyen por el resto del cuerpo
a través de las venas menores, y lo refrescan y de nuevo lo
expelen. Pues el aire introducido no puede detenerse sino que se
mueve hacia arriba y hacia abajo. Pues si se detiene en algún
punto y se queda retenido, aquella parte donde se detiene viene a
quedar paralizada. La prueba es que cuando uno está acostado o
sentado y tiene oprimidas unas venas menores, de modo que el aire
interno no puede circular por el conducto venoso, enseguida le
viene un entumecimiento. Esto es lo que pasa con las
venas. (...)
Cuando el hombre toma por la boca y la nariz el aire (al respirar),
éste va primero al cerebro, y luego en su mayor parte hacia el
vientre, y una parte va al pulmón, y otra a las venas. A
partir de aquí se dispersa hacia los demás miembros por las
venas. Y toda la porción que llega al vientre, esa refresca el
vientre, y no sirve para nada más. Y lo mismo la que va al
pulmón. Pero el aire que penetra en las venas se distribuye por
las cavidades y el cerebro, y de esta manera procura el entendimiento
y el movimiento a los miembros, de modo que, cuando las venas quedan
obturadas por la flema y no pueden recibir el aire, dejan al
individuo sin voz y sin razonamiento (en
alusión a la crisis aguda de epilepsia). (…)
De
los niños pequeños que son atacados por esta enfermedad, la mayoría
muere, si el flujo (de la flema) se les presenta copioso y al soplar
el viento del Sur. (...) Aquellos que sufren el flujo con viento
del Norte y en pequeña proporción y por el lado derecho (del
cerebro), sobreviven sin quedar marcados. (...) Al que desde
niño ha crecido y se ha desarrollado con la enfermedad (la
epilepsia),
se le hace costumbre el sufrirla durante los cambios de los vientos,
y le sobrevienen ataques en la mayoría de los mismos, y sobre
todo cuando sopla el viento del Sur. Y le resulta difícil
librarse. Pues su cerebro está más húmedo de lo natural, y
desborda por efecto de la flema al punto de que resultan más
frecuentes los flujos, y la flema ya no puede separarse ni el cerebro
recobrar su sequedad, sino que está empapado y se mantiene húmedo.En
los cambios de los vientos sobrevienen los ataques por lo que voy a
decir, y especialmente al soplar los del Sur, y luego en los soplos
del Norte, y después con los demás vientos. Porque estos dos
son mucho más fuertes que los otros vientos y de lo más opuesto el
uno del otro por su constitución y su actividad. El viento del
Norte condensa el aire y aparta lo nebuloso y deja la atmósfera
límpida y diáfana. Del mismo modo actúa sobre los demás
factores que se originan del mar y de las otras aguas. Pues de
todo vacía lo húmedo y turbio, incluso de los propios seres
humanos, Y por eso es el más saludable de los vientos. El viento del
Sur hace todo lo contrario. En primer lugar, empieza por
humedecer y dispersar el aire condensado, de modo que no sopla fuerte
de repente, sino que en un comienzo provoca la calma, porque no puede
imponerse de repente sobre el aire, que antes estaba compacto
y condensado, pero con el tiempo lo disuelve. De igual modo
actúa sobre la tierra, y sobre el mar, los ríos, fuentes, pozos, y
sobre las plantas y en todo lo que hay algo húmedo. Y lo hay en
todo ser, en uno más, y en otro menos. Todas estas cosas
perciben la presencia de este viento, y se vuelven turbias en lugar
de claras, y de frías se hacen cálidas, y de secas se vuelven
húmedas. Las vasijas de barro que hay en las casas o que están
enterradas, llenas de vino o de algún otro líquido, todas ellas
perciben la presencia de este viento y alteran su aspecto. Y
presenta el sol, la luna y los demás astros mucho más borrosos de
lo que son naturalmente. Puesto que incluso de tal manera
domina cosas que son tan grandes y fuertes, es natural que domine en
gran modo la naturaleza humana y que el cuerpo lo perciba y que
cambie. Por eso, con las alteraciones de estos vientos, forzoso
es que bajo los soplos del Sur se relaje y humedezca el cerebro, y
las venas se harán más flojas, mientras que bajo los soplos del
viento Norte se condensa lo más sano del cerebro, y se segrega
lo más enfermizo y lo más húmedo, y lo moja por fuera, y de tal
modo sobrevienen los flujos en estas mutaciones de los vientos. Así
se origina la enfermedad, y se desarrolla a partir de lo que se
agrega y se desagrega, y en nada es más imposible de curar ni de
conocer que las demás, ni es más divina que las otras."
Son los párrafos siguientes de 'Sobre la enfermedad sagrada',
probablemente los más bellos y los más lúcidos de la escuela
hipocrática, los que mejor ilustran la naturaleza cambiante de la
mente humana y la concepción según la cual los estados mentales varían dependiendo del funcionamiento cerebral. Y es
muy importante la
afirmación explícita y rotunda que se hace en ellos en el sentido
de que el cerebro, cuando está sano, es el intérprete de los
estímulos que provienen del aire, y que el aire mismo afecta la capacidad de entendimiento. Según esto, la inteligencia y la
conciencia no se originan en el cerebro como órgano aislado, sino que provienen de las
variaciones ambientales del aire, de las cuales el cerebro es una especie de intérprete:
"Conviene
que la gente sepa que nuestros placeres, gozos, risas y juegos no
proceden de otro lugar sino de aquí (del cerebro), y lo mismo las
penas y amarguras, decepciones y llantos. Y por él
precisamente, razonamos e intuimos, y vemos y oímos, y distinguimos
lo feo, lo bello, lo bueno, lo malo, lo agradable y lo desagradable,
y distinguimos unas cosas de acuerdo con la norma acostumbrada, y
percibimos otras cosas de acuerdo con la conveniencia, y por eso
al distinguir los placeres y los desagrados según los momentos
oportunos no nos gustan (siempre) las mismas cosas. También por su
causa enloquecemos y deliramos, y se nos presentan espantos y
terrores, unos de noche y los otros por el día, e insomnios e
inoportunos desvaríos, preocupaciones inmotivadas y estados de
ignorancia de las circunstancias reales, y extrañezas. Y todas
estas cosas las padecemos a partir del cerebro, cuando éste no está
sano, sino que se pone más caliente del natural o bien más frío,
más húmedo, o más seco, o sufre alguna otra afección contraria a
su naturaleza a la que no estaba acostumbrado.(...)
De acuerdo con esto considero que el cerebro tiene el mayor poder en
el hombre. Pues es nuestro intérprete, cuando está sano, de
los estímulos que provienen del aire. El aire le proporciona el
entendimiento. Los ojos, los oídos, la lengua, las manos y los
pies ejecutan aquello que el cerebro apercibe. Pues en todo el
cuerpo hay entendimiento, en tanto que hay participación del aire,
pero el cerebro es el transmisor de la conciencia. Pues
cuando el hombre recoge en su interior el aire que respira, éste
llega en primer lugar al cerebro, y luego se reparte el aire por el
resto del cuerpo, habiendo dejado en el cerebro lo mejor de sí, y lo
que le hace ser sensato y tener inteligencia. Pues si
llegara primero al cuerpo y en segundo lugar al cerebro, después de
haber dejado en las carnes y en las venas su poder de discernimiento,
iría al cerebro estando caliente y ya impuro, estando mezclado con
el humor de las carnes y de la sangre de modo que no sería ya
límpido. Por eso afirmo que el cerebro es el intérprete de la
comprensión. El diafragma, singularmente, tiene un
nombre adquirido por el azar y la costumbre, pero que no está de
acuerdo con su naturaleza (en referencia al término
"phrénes", que significaba también "pensamiento"
y que, en un principio, Homero localizaba en el pecho y,
posteriormente, se localizó de manera más precisa en el
diafragma). No sé yo qué capacidad posee el diafragma en
relación con el pensar y reflexionar, a no ser que, si una persona
se alegra en exceso o se angustia inesperadamente, (el diafragma) se
estremece y da saltos a causa de su finura, precisamente por
estar tensado al máximo dentro del cuerpo, y porque no tiene ninguna
cavidad en la que tenga que acoger un bien o un mal que le cae
encima, sino que por uno y otro se queda perturbado por la debilidad
de su complexión natural. Puesto que no percibe nada antes
que los demás órganos del cuerpo. En fin, que tiene ese nombre
y su referencia sin motivo, al igual que las llamadas "orejas"
(aurículas) del corazón, que en nada contribuyen a la
audición. Dicen algunos que pensamos con el corazón y
que este es el órgano que se aflige y se preocupa. Pero no es
así, lo que pasa es que tiene convulsiones, como el diafragma y, más
bien, por las mismas razones. Pues de todo el cuerpo tienden
hacia él venas y las congrega de modo que puede sentir si se produce
algún esfuerzo penoso o alguna tensión en el
individuo. Forzosamente el cuerpo se estremece y se pone tenso
al oír una pena, y experimenta lo mismo en una gran alegría, lo que
el corazón y el diafragma perciben con especial sensibilidad. Sin
embargo, de la capacidad de comprensión no participan ni uno ni
otro, sino que el responsable de todo esto es el cerebro. Con
que, así como percibe el primero entre los órganos del cuerpo la
inteligencia procedente del aire, así también, si se produce algún
cambio fuerte en el aire debido a las estaciones, y el aire mismo se
altera, el cerebro es el primer órgano que lo percibe. Por
eso, justamente afirmo que las dolencias que atacan a éste son las
más agudas, las más graves, las más mortales y las más difíciles
de juzgar por los inexpertos. Esta enfermedad que llaman "la
enfermedad sagrada" (la epilepsia) se origina a partir de las
mismas causas que las demás, de cosas que se acercan y se alejan, es
decir, del frío, del sol, y los vientos que cambian y que nunca
son estables. Esas son cosas divinas, de modo que en nada se ha
de distinguir esta dolencia y considerar que es más divina que las
restantes, sino que todas ellas son divinas y humanas."
En 'Sobre
la enfermedad sagrada' se manifiesta la gran confianza de los
hipocráticos en la regularidad de la naturaleza y en la capacidad de
la razón humana para detectar y dar cuenta de los procesos que están en el origen de las dolencias del cuerpo y de la
mente. En la epilepsia en realidad no hay nada más sagrado o divino que en las demás enfermedades. Su
aparición puede explicarse por un proceso completamente natural y sus causas son
del mismo tipo que las demás enfermedades.
A
nivel fisiológico los hipocráticos sostienen la idea central de que la circulación de
la sangre, por los conductos venosos, hace llegar en primer lugar al
cerebro el pneuma o aire respirado. Éste es un esquema muy
simple, que responde a los conocimientos de la época. No
distingue entre venas y arterias, sólo entre venas mayores y venas
menores. No reconoce el modo preciso de la acción del corazón y de los pulmones en la circulación
de la sangre y en la
respiración. Son carencias conceptuales difíciles de obviar
desde una perspectiva actual, pero que no afectan la evidencia de que
el aire circundante es introducido en el cuerpo por la respiración, y que este aire (pneuma) se difunde por todo el cuerpo con la circulación de la sangre y que afecta
de manera fundamental al funcionamiento del cerebro. El cerebro, según los hipocráticos, es el principal receptor e intérprete del aire o pneuma, acción por la cual deviene el órgano del
pensamiento y de la vida psíquica.
El
cerebro es el intérprete, y el aire, que circula por las venas
como pneuma, ofrece el continuo de estímulos que afectan los estados y procesos de este órgano y nuestra facultad de entendimiento. El
entendimiento no emerge de forma mágica del cerebro, sino que el
entendimiento reside fuera, en el orden cambiante de la naturaleza; el aire que nos rodea tiene un logos propio que se manifiesta en sus propias evoluciones de temperatura, humedad, etc. El cerebro simplemente es
sensible a este 'logos' del aire, lo interpreta, física i
biológicamente, cuando le llega por la circulación de la sangre. Las
afirmaciones que hace Hipócrates en este sentido no pueden ser más
claras: "Considero que el
cerebro tiene el mayor poder en el hombre. Pues es nuestro
intérprete, cuando está sano, de los estímulos que provienen del
aire. El aire le proporciona el entendimiento. (...) Pues
cuando el hombre recoge en su interior el aire que respira, éste
llega en primer lugar al cerebro, y luego se reparte el aire en el
resto del cuerpo, habiendo dejado en el cerebro lo mejor de sí,
y lo que le hace ser sensato y tener inteligencia."
El
cerebro, como cualquier otro órgano del cuerpo, enferma. Y lo
hace por el mismo mecanismo fisiológico que actúa
cuando está sano: el aire. El aire, cuando es alterado por
algún cambio "fuerte" de las estaciones o de las
condiciones atmosféricas, provoca dolencias en el cerebro: "Con que, así como percibe el primero entre los órganos del cuerpo
la inteligencia procedente del aire, así también, si se
produce algún cambio fuerte en el aire debido a las estaciones, y el
aire mismo se altera, el cerebro es el primer órgano que lo
percibe. Por eso, justamente afirmo que las dolencias que atacan
a éste son las más agudas, las más graves, las más mortales..."
Las
condiciones atmosféricas ambientales son las responsables del
funcionamiento tanto del organismo como del
entendimiento y del psiquismo en general (y de sus alteraciones). El
cuerpo y la mente, en este sentido, son lo mismo. Son materia
sensible al logos de la naturaleza. El cuerpo responde a los
estados atmosféricos y su sucesión. El cerebro en concreto,
simplemente, lo hace con más finura, capta más información, más
sutil, que los otros órganos; es más sensible. Es el primer
órgano al que le llega el aire, en su forma más pura. Capta
las pequeñas fluctuaciones del aire que los demás órganos no
captan. Y traduce estas fluctuaciones o logos en el logos del
pensamiento. Los
fenómenos corporales y los fenómenos mentales son de una naturaleza
muy similar, responden a unos mismos factores externos. Existe
sólo una diferencia de grado en la sensibilidad de los órganos y en
la pureza del pneuma que reciben. Las manifestaciones corporales
y las manifestaciones mentales, en realidad, aparecen de manera
concomitante; unas no son la causa de las otras, no se
determinan entre sí, sino que son manifestaciones paralelas y simultáneas del
mismo fenómeno natural.
Nótese
lo alejado que está este planteamiento del biologicismo
reduccionista de hoy día, que sobrevalora en extremo el elemento
orgánico o biológico, el cual se presupone que es la causa y origen
de toda actividad mental. Los hipocráticos no practicaban un
reduccionismo de la mente al cerebro: el cerebro no es causa suficiente de la mente, debe concurrir un logos ambiental.
Por
otra parte, para los hipocráticos las manifestaciones mentales
tampoco son causa unas de otras, sino que son simplemente eso,
manifestaciones de un fenómeno natural consistente en la acción del
aire sobre el cuerpo: primeramente sobre el cerebro y
secundariamente sobre el corazón, el diafragma y el resto de
órganos. No hay causas psicológicas sino manifestaciones
psicológicas. La actividad mental no depende de la voluntad del
sujeto sino que esta actividad mental, incluida la propia voluntad,
es la manifestación del funcionamiento de un cuerpo y de un cerebro
sensibles a la acción del 'logos' del aire. Así la actividad
mental es, por naturaleza, tan variable como el aire mismo: 'no nos gustan siempre las
mismas cosas', una misma cosa nos gusta o no según el momento,
la percibimos y valoramos de manera diferente, la deseamos o no, la
intuimos y la razonamos de manera distinta, sin que nosotros dirijamos el proceso, sino que, al contrario, nosotros -o
nuestra conciencia- somos la manifestación del proceso. Es un
planteamiento muy lejano, por tanto, de cualquier forma de
psicologicismo. La actividad mental no se explica por sí
misma. Las motivaciones, emociones, pensamientos... no son
causa unos de otros, sino que, como los estados del cuerpo, en
esencia, son manifestaciones del devenir de la naturaleza, en
concreto del aire.
Tratados hipocráticos I. Gredos, Madrid, 1983.
Es un soplo la vida !
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