R.W. Emerson
La naturaleza es un lenguaje y cada nuevo hecho aprendido es una nueva palabra; pero este no es un lenguaje hecho por piezas que cae muerto en el diccionario, sino un lenguaje puesto en conjunto en un sentido significativo y universal. Deseo aprender este lenguaje, no para conocer una nueva gramática, sino para poder leer el gran libro escrito en esa lengua.
El poder de un hombre para ligar cada uno de sus
pensamientos con su símbolo apropiado y entonces proferirlo, depende de la
simplicidad de su carácter, vale decir, de su amor a la verdad y de su anhelo
de comunicarla sin menoscabo. A la corrupción del hombre le sigue la corrupción
del lenguaje. Cuando la simplicidad del carácter y la soberanía de las ideas son
quebradas por el predominio de deseos secundarios -el deseo de riquezas, de
placeres, de poderío, de fama-, y la duplicidad y la falsedad toman el lugar de
la simplicidad y la verdad, el poder adquirido sobre la naturaleza como
intérprete de la voluntad se pierde en cierto grado; dejan de crearse nuevas
imágenes, y las antiguas palabras son pervertidas para representar cosas que no
lo han sido; se recurre a un papel moneda, aunque no hay lingotes que lo
respalden en las arcas públicas. A su debido tiempo, el fraude se torna
manifiesto, y las palabras pierden toda su facultad de estimular el
entendimiento o las emociones. En toda nación civilizada mucho tiempo atrás,
pueden encontrarse centenares de escritores que durante un breve lapso crean y
hacen creer a otros que contemplan y enuncian verdades, cuando en realidad, no
visten por sí mismos a un solo pensamiento con sus ropajes naturales, sino que
se alimentan inconscientemente del lenguaje creado por los escritores
primordiales del país, a saber, aquellos que se atienen fundamentalmente a la
naturaleza.
Vivimos en sucesión, en división, en partes, en partículas. Mientras tanto el hombre es el alma de todo; el silencio sabio; la belleza universal, de la cual cada parte y partícula está relacionada de igual forma, el UNO eterno. Y este profundo poder en el cual existimos y cuya beatitud es completamente accesible a nosotros, no es solo auto-suficiente y perfecta en cada hora, pero el acto de ver y la cosa vista, el vaticinio y el espectáculo, el sujeto y el objeto, son uno. Vemos el mundo pieza por pieza, como el sol, la luna, el animal, el árbol; pero el todo, del cual estas son partes brillantes, es el alma.
¿Quién, mirando meditabundo la corriente de un río, no rememora el fluir de todas las cosas? Arrojad a ella una piedra, y los círculos que se propagan son el hermoso modelo de toda influencia. El hombre es consciente de un alma universal que está dentro o por detrás de su vida individual, donde las esencias de la justicia, la Verdad, el Amor, la Libertad surgen y brillan como en un firmamento. A esta Alma Universal -que no es mía, ni vuestra, ni de aquel otro, sino que nosotros somos de ella, somos su propiedad y sus huestes- él la llama Razón. Y el cielo azul en que la tierra de cada cual está enterrada, el cielo con su calma eterna y sus orbes perpetuos, es el modelo de la Razón. Aquello que, intelectualmente considerado, llamamos Razón, si se lo considera en relación con la naturaleza lo llamamos Espíritu. El Espíritu es el Creador. El Espíritu porta consigo la vida. Y en todas las épocas y países, el hombre lo ha incorporado a su lenguaje como el Padre.
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