El hombre meteorológico (2).

Josep Pla
En el libro 'Las horas' Pla dedica un capítulo entero a 'los vientos', donde habla de su experiencia personal y de su manera particular de entender la influencia del viento sobre la psicología de las personas. Al comienzo del capítulo sitúa convenientemente el tema y escribe:

Este capítulo de 'Las horas' podría situarse en cualquier lugar de este libro, porque el viento, en el país en que yo vivo, que es lo que ha servido de fundamento para la elaboración de este libro, no se detiene nunca, sin tener un entablamento de dirección permanente ni siquiera de duración larga, a diferencia de algunos vientos que soplan sobre la superficie de la tierra, que siempre soplan allí mismo y llevan siempre al mismo fin. La característica de la climatología de este país es una variación seguida y constante, porque es un campo de batalla de elementos cósmicos permanentes que, según los incidentes de esta batalla, hacen que en un espacio de pocas horas los vientos soplen ahora de un lado ahora de otro, sin la más leve intervención -por supuesto- de ningún elemento providencial, milagroso o de capricho antinatural, que es lo que cree la inmensa mayoría de la gente. Es un país endiabladamente variado. En el área de los Países Catalanes, el clima del Ampordán y el Rosellón no tiene nada que ver con el resto del país, o sea con su mayor parte. En mi obra hay muchas noticias sobre el particular fundamentadas en una experiencia ciertamente personal pero auténtica y real. Los hombres y las mujeres vivimos inmersos en climas determinados que deciden la historia, la manera de ser, la fatiga o la audacia personales. Los estados de letargo o de arrebato provienen de las presiones climáticas. Por el hecho de haber dado estas noticias, he sido acusado de materialista y de la forma moderna de esta tendencia, que es llamada positivismo. No me importa. Prefiero ser atacado de materialismo que de embobamiento.

Pla no deja lugar a dudas de hasta dónde llega su convicción sobre la existencia de una profunda influencia del clima en los aspectos más diversos de la vida de las personas. Y cuando habla de clima -se ve en toda su obra- se refiere sobre todo al viento. En estas líneas que hemos transcrito habla en concreto de presiones climáticas, en referencia, debemos entender, a la presión atmosférica, las variaciones de la cual son el origen del viento. Pero en realidad no especifica nada más. Los estados de sopor o de arrebato, la fatiga o la audacia, nuestra manera de ser e incluso nuestra biografía personal son decididos, dice Pla, por este elemento climático fundamental. Pero no sabemos por qué mecanismo concreto.
El alcance del efecto del viento y de la presión atmosférica sobre la psicología de las personas, en todo caso, sería enorme, y Pla creía que la meteorología, una ciencia incipiente en su época, habría de llegar a desvelar en un futuro los secretos del alma humana...
Unas páginas más adelante escribe:

En el curso de la vida, he podido observar muy pocas cosas, por lo que mi situación es la de todos: yo no sé nada de nada. La vida ha sido un caminar a tientas, una apuesta a ciegas, un largo ejercicio de la propia ignorancia. He podido ver que, en mi tiempo, la gente ha hablado cada vez más de meteorología, y una vez un señor -tenido por sabio- me dijo que la meteorología es la teología del futuro. Ya veremos. Lo que no tiene duda es que los hombres y las mujeres viven inmersos -prisioneros- de un determinado medio físico, que este medio interviene en todos sus movimientos espirituales y morales y que, en esta época, este medio se ha empezado a estudiar. Comienza a haber estadísticas meteorológicas. Estas estadísticas no han dado todavía ninguna ley general -quiero decir científica. Yo no poseo ninguna estadística de esta clase. No poseo más que la experiencia personal. Es la única razón que me lleva a escribir estas líneas, por si alguien -uno u otro- la puede ampliar.
 
Seguidamente de estas líneas Pla escribe que la actividad meteorológica más intensa, las tormentas, deben de estar 'inseparablemente ligadas con los dos equinoccios y los dos solsticios de cada año'. Los dos equinoccios y los dos solsticios dividen el año en sus cuatro estaciones, las cuales se caracterizan por una actividad meteorológica y humana propias, dice, pero además son los momentos en los cuales se da una mayor actividad tormentosa, afirma, y afectarían, por este motivo, de manera más incisiva al comportamiento de las personas. Así, sugiere que la posición e inclinación de la Tierra respecto al Sol, por medio de la meteorología, afectan al estado físico y psíquico de los individuos. ...Pero no llega a concretar nada más. Lo deja estar porque no tiene datos ni información que le permitan demostrar nada, reconoce, más allá de su experiencia personal. Manifiesta una vez más, eso sí, su firme convicción sobre la existencia de una poderosa influencia de la meteorología sobre la psicología humana. Convicción que hay que decir que está muy arraigada entre la gente de su entorno geográfico y cultural (y también entre la gente de muchas otras geografías y culturas).

El tiempo cronológico, el sucederse de las horas, como ocurre al tiempo atmosférico, no es homogéneo, sostiene Pla. Un momento no es igual que otro, ningún momento es exactamente igual que otro, sencillamente porque las condiciones atmosféricas, que son las que dan el 'tempo' de la vida, tampoco lo son. Una cosa son las duraciones que marca el reloj y otra es la experiencia psíquica personal. Las vivencias personales tienen una dimensión que va mucho más allá de las duraciones cronométricas.
La idea de un tiempo lineal es, en efecto, una convención, que tiene una utilidad práctica, sin duda, pero, al fin y al cabo, no es más que eso, una manera como otra de contar y de convenir con los demás. Este tiempo no tiene, por tanto, ningún efecto directo sobre nuestro organismo, a diferencia del tiempo atmosférico, que sí lo tiene y de gran alcance según Pla. El tiempo verdadero de las personas, de las vivencias personales, es el tiempo atmosférico.
En el prefacio de Humor, candor..., el volumen XXIV de su obra completa, escribe sobre esto:

Así pues, una cosa es el tiempo físico, que los relojes miden y dividen de una manera mecánica y sobre los cálculos del cual se construyen los calendarios y se establecen las divisiones de los años y los siglos, y otra es la sucesión del tiempo a través de la duración de nuestro organismo. Para los relojes todas las horas son iguales. Para nuestro organismo, todas -o casi todas- son diferentes. Las hay que son larguísimas, otras menos; las hay que están vacías, otras, muy llenas, las hay que son grises y mediocres, otras, susceptibles de crear el centelleo de un momento, de un momento inconfundible, inolvidable, auténtico.
Sobre la sucesión de las horas de los relojes, perfectamente precisas; sobre el devenir informe y confuso de las horas psicológicas, se producen los momentos, que son los pinchazos agudos que proyecta el tiempo sobre nuestro organismo. Esos instantes influyen sobre nuestra vida de una manera decisiva. Son los puntos de cruce de la tela con que las Moiras tejen nuestra vida.
En el período que nos ha tocado vivir hemos tenido momentos de todo tipo. No podemos aspirar, en este punto, a haber tenido algún privilegio que las generaciones anteriores desconocieran. Hemos pasado horas peligrosas. Muchas, muchísimas horas de una abrumadora mediocridad. Las horas rutilantes han sido rarísimas -pretextos sucesivos de desengaños y de poco edificantes peripecias.

Y en el capítulo de Tiempo y 'tempo' del mismo volumen:

Este señor tiene un 'tempo' majestuoso y grave; este otro, inquieto y ácido. ¿Como podrían entenderse? Es impensable que las palabras que utilizan tengan el mismo sentido. La personalidad de este señor da el máximo rendimiento cuando hace mistral o tramontana, la de este otro señor se abre, como una planta grasa, cuando soplan los vientos del sur, húmedos y desfibrados. Este señor vive en el pasado y tiene un temperamento melancólico, a veces iluminado de acres colores. El que está a su lado es un presentista, de vísceras aprovechadoras, capaz de captar luces más benévolas. El de más allá siente el futuro; vive en el futuro, es sensible -no se sabe por qué- a las profecías más extravagantes, de una rotundidad más incierta. 'Tempi' diferentes, amores diferentes, incompatibilidades matizadas o trágicas.

Hay horas largas y horas cortas, las hay que están llenas y otras están vacías, las hay mediocres y improductivas y otras todo lo contrario: este es el devenir 'informe y confuso' -imprevisible- de las horas psicológicas, que se superpone a la sucesión de las horas de los relojes. Nuestra actividad mental es muy inconstante, está totalmente alejada de la uniformidad de las horas del reloj. Hay horas o momentos de intensa y absorbente actividad, que pasan muy rápido. Otras son totalmente aburridas, no somos capaces de elaborar mentalmente nada. La inmensa mayoría de nuestras horas son de una 'abrumadora mediocridad', dice Pla. Sobresalen, sin embargo, momentos de iluminación, que 'el tiempo proyecta sobre nuestro organismo' y que 'influyen de manera decisiva sobre nuestra vida'. Estos momentos son muy escasos, rarísimos, y son simplemente eso, proyecciones del tiempo -atmosférico- sobre nuestro organismo, reacciones corporales y mentales con las que creamos nuestra realidad personal. Constituyen ideas y convicciones personalmente muy sentidas pero que, al fin y al cabo, no son más que ilusiones, artefactos psicológicos inevitablemente alejados de una ‘realidad externa’ que transcurre por caminos independientes. Ideas y pensamientos que han guiado nuestras acciones pero que, pasado el tiempo, quedan indefectiblemente como la excusa de nuestros grandes errores, los 'pretextos de sucesivos desengaños y de peripecias personales poco edificantes'.
Por otro lado, dice Pla, están los 'tempi'. Sin tener que llegar necesariamente a ser rutilantes, cada persona tiene unos momentos más adecuados para la acción, de mayor aprovechamiento y rendimiento que otros. No se sabe exactamente porqué, señala, pero parece ser que las vísceras de cada uno son sensibles a unas determinadas condiciones ambientales, en especial las del viento de mistral-tramontana y las del garbí-migjorn. Son estas condiciones las que dan la verdadera pauta o 'tempo' de la actividad de cada persona.

En Notas del atardecer, el volumen XXXV de la colección de su obra completa, Pla retorna a la explicitación de los efectos del viento del sur: dolor de cabeza, depresión, melancolía... y los contrasta con los del otro viento importante del rodal donde vive, el norte (la tramontana y el mistral). La tramontana, cuando no es de larga duración ni muy intensa, tiene un efecto tónico, positivo, estimulante, pero si es fuerte, curiosamente, tiene un efecto enervante y desagradable parecido al garbí. El mistral (noroeste), cuando sopla cuatro o cinco días seguidos en invierno, vuelve 'algo dementes' a las personas, lo mismo que el garbí en verano, dice Pla. Esta alternancia de los dos vientos dominantes, norte y sur, esta 'lucha cósmica persistente' que caracteriza el clima de la región, señala, es de difícil adaptación para las personas y 'desbarata toda normalidad'.
Si la actividad meteorológica en general (y los consecuentes efectos sobre las personas) ya resulta de difícil predicción, más aún lo resulta cuando existe esta lucha entre dos elementos dominantes y no se sabe nunca cuál se impondrá al otro ni por cuánto tiempo. No hay ninguna forma de constancia ni de uniformidad. Todo cambia y no se sabe cuándo ni por qué motivo lo hace. El psiquismo de las personas se convierte en algo muy variable, sin un orden estable, lo que dificulta enormemente el entendimiento mutuo. La gente, de un día para otro o de un momento a otro, pasa de estar ofendida y displicente a estar cordial y servicial, y a la inversa, sin motivos aparentes que lo justifiquen.

Es la monotonía de la variedad. Cuando sopla viento de garbí, la gente se encoge, tiene dolor de cabeza, migraña, depresión, una especie de melancolía desagradable y agobiante. Muchas personas se resienten, el viento las hace sufrir. La tramontana, cuando no es larga e impetuosa -quiero decir la tramontaneta-, tiene algunos partidarios: es un aire tónico, positivo, que hace caminar derecho, que hace venir hambre, que remonta la vida. Si es fuerte -y, por tanto, fría- enerva y desespera a la gente. Si la hace a mediados de otoño, la gente dice: ya estamos en invierno. Si a mediados de primavera: volvemos al invierno.
Esta monotonía alternada indefectiblemente que existe en este rodal desde hace cientos y cientos de decenios crea un paraje único, de lucha o agonía cósmica persistente, que es mucho peor, para la naturaleza humana, que los climas que tienen una faceta dominante que siempre son más favorables a la adaptación. La posibilidad de adaptarse a la alternación monótona es mucho más difícil. Es un clima que hace sufrir, que desbarata toda normalidad. Todo esto no es ninguna invención mía. La alteración ha sido constatada por las personas -escasas- que han tenido curiosidad por la climatología, como por ejemplo el señor Patxot de Sant Feliu.
(...)
Las variaciones climáticas, que en el Ampurdán son constantes -sobre todo en el Empordà Petit- son de una gran diversidad. Este espacio es completamente distinto, los días de predominio de vientos del sur, que embadurnan todos los paisajes y que personalmente me producen cierta depresión, y los días de mistral, de cielo tan azul y abierto, de luz tan brillante. Sólo hay que acercarse a las ventanas para constatar estas entretenidas, sensacionales disparidades. Es una naturaleza que no para nunca. Si os acercáis a la gente, obtendréis el mismo resultado. Su interlocutor le parecerá, hoy, un hombre ofendido y displicente y al día siguiente le hará el efecto de ser muy cordial, razonable y servicial. Si no es que, claro, quien se vea más afectado por el cambio sea no tanto el interlocutor sino usted mismo, o ambos a la vez. Entonces se produce un diálogo similar a los del gato y el ratón. En este rodal, la fijeza de los humores y los sentimientos no es muy concreta ni está asegurada. Hay excepciones, claro, pero el ampurdanés es muy variable. El Empordà es un país que, como la naturaleza, es muy impresionable. Las personas que creen en las pruebas inmutables del amor, por ejemplo, que todo lo querrían siempre igual, tienen, a menudo, unas decepciones desagradables. ¿Qué le vamos a hacer? El ampurdanés, generalmente hablando, es volátil e impresionable.
(...)
- ¡Sí, sí, de acuerdo! Hay días que hablar con la gente de este país no es muy agradable. Parecen ofendidos, reticentes, todo lo que decís es contestado oponiendo dificultades y displicencia. A veces parece que las personas que hemos hecho todo lo posible para no ofender a nadie somos los ofensores. ¿Ofensores de qué, por qué? A veces no hemos hecho más que favores al interlocutor, y parece ofendido. ¿Por qué? Imposible explicarlo. Ahora bien, esta misma persona, dos días después, se deshace en cumplidos y es como un guante. Es extrañísimo...
- En este país, ¿no se da importancia al clima? En el Alt Empordà, el clima no es muy agradable pero no es tan diverso, es más seguido -es más seco. En cambio, en el mío, el clima es muy diverso, se produce permanentemente lo que podríamos llamar la dialéctica cósmica, la lucha permanente entre norte y sur. En invierno, después de cuatro o cinco días de mistral, todos estamos un poco dementes. En verano ocurre lo mismo con los vientos del sur.
 

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