Carta a Tomeu Prohens. El raterillo y el episodio evangélico.
¿Recuerdas que te comenté aquel lance de
un perro ratonero que intentaba desesperadamente cruzar la carretera? Me dio que pensar...
Era por la mañana temprano, yo iba con el
coche hacia el trabajo. La carretera estaba bastante transitada a esa hora. El raterillo estaba afuera de un portillo e
intentaba cruzar la calzada con gran dificultad. Se le veía muy inquieto y nervioso.
Sus movimientos no parecían seguir un plan apropiado. Tan pronto corría hacia un lado de la carretera como hacia el otro. Miraba a derecha e
izquierda de manera desordenada. Le vi hacer algunos intentos de cruzar
justo cuando pasaba algún camión o algún coche, intentos que abortó, por fortuna, en
el último instante antes de que lo arrollara un vehículo. Con cada una de esas tentativas aumentaba la ansiedad e hiperactividad del raterillo. Los momentos
que hubiera podido cruzar, con menos tránsito, no lo hacía. Parece claro que la situación lo
desbordaba completamente, no tenía ningún tipo de control. Miraba pero no sabía
qué mirar, no tenía criterio para decidir cuándo cruzar. Pero no desistía en
su empeño, sino todo lo contrario. Inmerso en algún tipo de bucle o
cortocircuito, los intentos fallidos y el peligro inminente no hacían sino aumentar su insistencia, hasta el frenesí. Ante esta situación, en ese momento,
pensé que el pobre perro estaba abocado a una muerte inevitable y que era él
mismo el que se abocaba a ella con su mente de perro limitada. También pensé
que incluso le iría mejor si pudiera prescindir de todo criterio y
simplemente cruzara la calzada sin ningún tipo de conciencia y con total
distracción, lo cual, aunque temerario, no lo sería tanto como cruzar siguiendo el dictado de una mente que lo
conducía a una muerte segura.
Pensé más tarde que a las personas nos debe
pasar lo mismo que a aquel perro. Estamos abocados en las ocupaciones y
preocupaciones de nuestra cotidianidad con nuestra mente limitada, precipitados en una especie de
bucle que no somos capaces de trascender. Nuestras preocupaciones, deseos y metas, en principio, deberían servir para desarrollar conductas planificadas dirigidas a satisfacer nuestras necesidades. Pero,
muchas veces, la manera que tenemos las personas de ordenar el
mundo lo que hace realmente es alterar el orden natural que ya tienen de por sí las cosas. De modo que nuestra
actividad intencional nos lleva muchas veces a la catástrofe. Como el perro, que no tenía criterio propio
para decidir el momento y el modo apropiados de cruzar la carretera, nosotros con frecuencia tampoco lo tenemos, parece. En estas ocasiones lo más inteligente sería abortar nuestras decisiones y nuestros planes ('prescindir de nuestro criterio humano') para dejar que se manifieste el orden o inteligencia propios de la naturaleza ('delegar en la voluntad de Dios', hubiera dicho Eckhart de una manera religiosa).
Sucede un poco como en el episodio del barco de Simón que refiere Tauler y que tú reseñas en La actitud contemplativa:
Sucede un poco como en el episodio del barco de Simón que refiere Tauler y que tú reseñas en La actitud contemplativa:
'(Jesús)
subió en una de las barcas, que era de Simón, le pidió que se apartara un poco
de tierra, se sentó y instruyó a la gente desde la barca.
Cuando terminó de
hablar, dijo a Simón:
- Boga mar adentro
y calad las redes.
Simón le
respondió:
- Maestro, nos
hemos esforzado toda la noche y no hemos pescado nada, pero ya que tú lo dices,
echaré las redes.
Así lo hicieron, y
recogieron tanto pescado que las redes amenazaban romperse.'
Añades: 'Tauler
se centra en la orden que da Jesús a Simón: Boga mar adentro, aléjate de la orilla
y sitúa la barca donde hay más agua, encima del abismo. (...) Tauler imagina un
lago enorme, convertido en un océano, y el centro del lago, donde el agua es
más profunda, se convierte en una sima insondable y estremecedora. Allí el
hombre se encuentra suspendido sobre su propio nada, porque experimenta la
fragilidad más extrema.'
Simón, víctima del miedo, evitaba el abismo de
las aguas profundas y se esforzaba en intentar pescar cerca de la orilla, sin ningún
resultado. Simón hacía valer su criterio, imponía su orden personal equivocado al orden
natural de las cosas. Jesús le hace caer en su error y le muestra el orden
verdadero de la naturaleza, y Simón trasciende su mirada individual limitada. Ya no verá
las aguas profundas como un abismo aterrador sino como un lugar adecuado donde
pescar, si es capaz de aceptar con naturalidad su fragilidad individual y el lugar que él ocupa dentro de la naturaleza, y es capaz de contener su miedo. El raterillo
es posible que aprendiera a cruzar la carretera si alguien le mostrara cómo
hacerlo y, aceptando el peligro inherente a la situación, pudiera contener su
ansiedad y frenesí.
No se trata de hacer comportamientos irresponsables, sino de distanciarse de lo que nos preocupa, mejor dicho, de la preocupación de las cosas, de lo que nos tiene absorbidos y secuestra nuestra atención. Se trata de ser capaz de redirigir la atención, desde la afección que las cosas del mundo provocan en nosotros, a como realmente son las cosas del mundo y al lugar que nosotros ocupamos en relación con ellas. Es una mirada objetiva (científica) a la armonía del mundo. Hay que trascender nuestra mirada personal y atender el orden de las cosas, el cual siempre está ahí aparte de nuestras ocupaciones y preocupaciones. Porque cuando usamos nuestro propio orden y esquemas mentales, sin darnos cuenta de ello, muchas veces, más que acercarnos, nos alejamos de la verdad.
No se trata de hacer comportamientos irresponsables, sino de distanciarse de lo que nos preocupa, mejor dicho, de la preocupación de las cosas, de lo que nos tiene absorbidos y secuestra nuestra atención. Se trata de ser capaz de redirigir la atención, desde la afección que las cosas del mundo provocan en nosotros, a como realmente son las cosas del mundo y al lugar que nosotros ocupamos en relación con ellas. Es una mirada objetiva (científica) a la armonía del mundo. Hay que trascender nuestra mirada personal y atender el orden de las cosas, el cual siempre está ahí aparte de nuestras ocupaciones y preocupaciones. Porque cuando usamos nuestro propio orden y esquemas mentales, sin darnos cuenta de ello, muchas veces, más que acercarnos, nos alejamos de la verdad.
De modo que, más que delegar en nuestra experiencia pasada y nuestra opinión personal, deberíamos confiar en la existencia de un orden que no conocemos de primera mano. Es necesario a veces un acto de fe en la existencia de un orden 'superior', de una 'inteligencia' en la naturaleza más allá de la nuestra y de nuestra personalidad.
Debemos creer en la existencia de un 'logos' que aún no conocemos
pero que se nos puede llegar a mostrar, en los diversos ámbitos y situaciones de nuestra vida. Es la actitud abierta que debe tener el
hombre científico y exactamente la misma que debería tener cualquier persona en su vida cotidiana.
Habitualmente nos encontramos en una situación parecida a la del raterillo o a la de Simón. Con nuestra idea de cómo las cosas deben ser, sumergidos en el relativismo de la cotidianidad, subvertimos la armonía de cómo son las cosas en realidad y no dejamos que ellas nos muestren sus potencialidades.
No es ningún engaño hablar de la 'realidad' de las cosas, decir que son de una manera determinada. La verdad de las cosas es lo que hay en ellas de realidad, es el paso de la potencia al acto. Es la flor que se convierte en fruto, es el niño que crece... Es la acción del tiempo. La verdad que descubre Simón es que puede (y debe) pescar en medio del lago. Para el raterillo, si no murió en aquel lance, quizás algún día la verdad fuera que podía cruzar la carretera de una manera determinada.
Habitualmente nos encontramos en una situación parecida a la del raterillo o a la de Simón. Con nuestra idea de cómo las cosas deben ser, sumergidos en el relativismo de la cotidianidad, subvertimos la armonía de cómo son las cosas en realidad y no dejamos que ellas nos muestren sus potencialidades.
No es ningún engaño hablar de la 'realidad' de las cosas, decir que son de una manera determinada. La verdad de las cosas es lo que hay en ellas de realidad, es el paso de la potencia al acto. Es la flor que se convierte en fruto, es el niño que crece... Es la acción del tiempo. La verdad que descubre Simón es que puede (y debe) pescar en medio del lago. Para el raterillo, si no murió en aquel lance, quizás algún día la verdad fuera que podía cruzar la carretera de una manera determinada.
Lo resumes muy bien, Tomeu, en la cita de San
Agustín: 'no se trata de sentir lo que queremos, sino de querer lo que
sentimos'. Cuando atendemos la naturaleza de manera adecuada y nos
centramos en lo que realmente importa, somos capaces de sentir la realidad, se crea un
sentimiento en nosotros que nos identifica con ella, sabemos que vamos por buen camino. Cuando la
potencia se convierte en acto descubrimos perfectamente la verdad, sin
equivocación posible. El camino que nos ha de
llevar al descubrimiento de la verdad (científica o empírica de cualquier tipo),
entonces, no es otro que el de la contención de nuestras ideas y afecciones personales,
para atender el orden del mundo, que a menudo no
captamos pero que existe y debemos dejar que nos sorprenda. Ésa es la actitud.
El camino, efectivamente, conduce a algún lugar, o a lugares sucesivos, aunque en muchas ocasiones no sepamos adónde exactamente, ni lo largo que será. Hasta que llegamos. Dicho de otro modo: el camino pasa por lugares que ni siquiera podemos imaginar si no lo recorremos.
El camino, efectivamente, conduce a algún lugar, o a lugares sucesivos, aunque en muchas ocasiones no sepamos adónde exactamente, ni lo largo que será. Hasta que llegamos. Dicho de otro modo: el camino pasa por lugares que ni siquiera podemos imaginar si no lo recorremos.
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