La conciencia

La conciencia es aquello que está presente en nuestra mente a cada momento de nuestra existencia. Es un conocimiento práctico sobre el mundo que nos rodea y sobre nosotros mismos, el cual utilizamos para tomar decisiones. Es lo que sentimos y pensamos, aquello totalmente personal que solamente nosotros podemos experimentar, que guía nuestras acciones individuales. Es el conocimiento sobre nosotros y nuestra situación en el momento presente, que nos sitúa en el mundo y orienta nuestro comportamiento. Es lo que nos define como sujetos de nuestras sensaciones, conocimientos y acciones.

Decía H. Bergson que la memoria es el rasgo más evidente de la conciencia: “Conciencia significa en primer lugar memoria. La memoria puede carecer de amplitud; puede abrazar solo una pequeña parte del pasado; puede no retener más que lo que acaba de suceder; pero la memoria está ahí, o bien entonces la conciencia no lo está. Una conciencia que no conservara nada de su pasado, que se olvidara sin cesar de sí misma, perecería y renacería a cada instante.”
No tiene por qué ser amplia pero debe de existir algo de memoria, aunque sea solo de lo que acaba de suceder ahora mismo, para que haya conciencia. Si no se conserva nada, no existe ningún tipo de conocimiento ni ninguna forma de conciencia, incluso no existe el 'momento' o experiencia del instante presente. 
La conciencia es actualización de la memoria en el instante presente. Es la unión que se crea de unos determinados conocimientos con la situación actual. La actividad consciente es la acción de crear pensamientos a partir de la carga informativa común del pasado con el presente, en una confrontación de nuestros conocimientos con la realidad.
Pero la acción de la conciencia, aunque recoge la memoria del pasado, está orientada al futuro. Lo que puede suceder en un futuro más o menos inmediato es lo que la mueve, es lo que la atrae y la fija a unos elementos del mundo que nos rodea y no a otros. La conciencia se inclina al futuro, dirige la atención a lo que pensamos que va a suceder, a las diferentes posibilidades; nos mantiene expectantes sobre lo que puede ocurrir. 
La conciencia es, en definitiva, la acción que realizo en el presente de actualizar lo que sé del pasado en expectativa de lo que está por venir. Es la acción de producir unos pensamientos prácticos para desenvolverme e influir en los sucesos presentes y futuros de mi entorno

Decía Bergson: “Toda conciencia es anticipación del porvenir. Consideren la dirección de vuestro espíritu en cualquier momento: encontrarán que se ocupa de lo que es, pero en vista sobre todo de lo que va a ser. La atención es una expectativa, y no hay conciencia sin una cierta atención a la vida. El porvenir está ahí; nos llama, o más bien nos atrae hacia él: esta tracción ininterrumpida, que nos hace avanzar sobre el camino del tiempo, es causa también de que actuemos de manera continua. Toda acción es una superposición con el porvenir.”
Lo que nos atrae y llama continuamente nuestra atención es lo que pueda suceder. Nos anticipamos continuamente al futuro, y lo hacemos en función de lo que sabemos-conocemos-entendemos-creemos que ha pasado o está pasando. Nos atrae lo que es más inmediato y lo más relevante, lo más urgente. La conciencia es atención a la vida y al porvenir. Cualquier acción nuestra obedece a una hipótesis que realizamos sobre el porvenir, se adelanta y se superpone a él, lo condiciona a partir de lo que sabemos y de lo que hacemos ahora.
Señala Bergson:

Retener lo que ya no es, anticiparse sobre lo que aún no es, esta es la primera función de la conciencia. Para ella no habrá presente, si el presente se redujera al instante matemático. Ese instante no es más que el límite, puramente teórico, que separa el pasado del futuro; en rigor puede ser concebido, jamás es percibido; cuando creemos sorprenderlo, ya está lejos de nosotros. Lo que de hecho percibimos, es cierto espesor de duración que se compone de dos partes: nuestro pasado inmediato y nuestro futuro inmediato. Sobre ese pasado estamos apoyados, sobre ese porvenir estamos inclinados; apoyarse e inclinarse es así lo propio de un ser consciente.”

Las acciones mentales, como todas las acciones posibles, del tipo que sean, se realizan en este presente físico, en el límite exacto entre el pasado y el futuro, pero sus resultados, que son los contenidos mentales, se refieren al pasado y al futuro, más cercanos al presente o menos, pero nunca exactamente coincidentes con ese instante cero que es el instante de la acción y todavía no de su resultado, una especie de punto ciego del tiempo y del psiquismo.
A cada uno de estos instantes que ocurren a lo largo de toda nuestra vida, elaboramos nuestra manera individual de estar en el mundo, creamos 'un grosor en el tiempo', un pasado y un futuro próximos, una singularidad de las interpretaciones posibles del mundo, que son nuestros pensamientos u objetos de conciencia. 
Si la conciencia es atención a la vida ¿no habríamos de entender entonces que todo ser vivo podría tener conciencia? se pregunta Bergson. En el hombre la conciencia está indiscutiblemente ligada al cerebro: pero ¡cuidado! no se sigue de ello que la existencia de un cerebro sea una condición necesaria de la conciencia, como el estómago no es una condición necesaria para la digestión en seres simples que, de hecho, no disponen de estómago ni siquiera de órganos diferenciados, como la ameba, aunque sí digieren alimentos, señala Bergson.
Como la digestión no implica solo la participación del estómago, la conciencia no implica solo la participación del cerebro. En ambos casos parece que intervienen elementos y procesos vitales más simples, más allá del órgano concreto.
En rigor, todo lo que es vivo podría ser consciente: la conciencia es coextensiva con la vida, defiende Bergson. En los seres vivos inferiores, que no disponen de cerebro, tendría que haber alguna forma de conciencia, aunque seguramente muy diferente a la nuestra, que se confundiría con los procesos biológicos más simples de la vida de estos organismos. Se trataría de “una conciencia difusa, confusa, reducida a poca cosa, aunque no reducida a nada”, señala.
Además del cerebro existen centros y vías nerviosos más simples, otros tejidos o masas orgánicas mucho más primitivos, en el hombre y en los demás animales, que sin duda interactúan con el medio externo, que retienen algún tipo de información y que actúan en ciertas circunstancias y ante ciertos elementos del entorno. Se trata de formas de conciencia más rudimentarias o menos, pero conciencia al fin y al cabo pues tienen los elementos fundamentales de ésta. El cerebro no es un órgano aislado del resto del cuerpo, al contrario es un órgano integrador del resto del cuerpo (interocepción) que funciona integrando a su vez las energías y estímulos del medio exterior (exterocepción). Nuestro organismo funciona como un todo, y, por tanto, nuestra conciencia funciona con todo él, no solo con el cerebro.
La conciencia, como decíamos, tiene la función de la decisión y la elección. En todos los seres vivos la conciencia es lo que, a partir del conocimiento del pasado y anticipando el futuro, elige la acción a realizar en el presente. “Para elegir hace falta pensar en aquello que se podrá hacer y rememorar las consecuencias de aquello que se ha hecho; hace falta prever y hace falta recordar.” Según la complejidad de los organismos la conciencia es también más compleja o menos, evidentemente. Los seres vivos continuamente eligen, que es lo mismo que decir que continuamente crean su propio futuro, indica Bergson. Con sus decisiones condicionan lo que va a suceder o la manera como va a suceder algo en relación con ellos. La conciencia crea una zona de indeterminación alrededor del ser vivo. Cuanta más complejidad de la conciencia, mayor es la indeterminación o libertad del individuo, mayor es su 'creatividad'. La conciencia expresa la capacidad de elegir de un sujeto ante una determinada situación, en función de su experiencia e inteligencia. Expresa la capacidad de romper el determinismo del mundo exterior en base a una actividad interior más diversa y compleja o menos. Ante una situación dada, la conciencia determina, junto a la inteligencia, los grados de libertad de las respuestas posibles del sujeto.

Bergson, H. (1919). La energía espiritual. Buenos Aires: Cactus.

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