¿Una mente cardiorrespiratoria?
Existe
una serie de investigaciones de las décadas 1970 y 1980, en el
ámbito de la psicología experimental, que estudian el significado
psicológico que puedan tener las variaciones de la actividad
cardíaca y respiratoria, de las que se puede hacer una lectura muy
interesante. Los ritmos respiratorio y cardíaco, al contrario de lo
que solemos pensar, en realidad son bastante inestables. Presentan,
como se señala en estos estudios, una alta variabilidad interna en
unos intervalos de tiempo o frecuencias muy similares a los de las
fluctuaciones del pensamiento que subjetivamente notamos en la
experiencia consciente.
En los intervalos que van de siete
segundos hasta alrededor de un minuto y medio, la actividad
cardiovascular muestra, de manera consistente, una importante
variabilidad que los investigadores consideran 'estocástica'
(Sayers, 1973, 1980; Mulder G, 1980; Mulder y Mulder, 1981; Mulder
LJM, 1988; Jorna, 1992). Son fluctuaciones globales e imprevisibles
del sistema circulatorio que la ciencia aún no ha mostrado su
significado concreto ni su causa real, la cual la consideran
simplemente eso: azarosa.
Kalsbeek
y Ettema, de la Universidad de Amsterdam, en la década de 1960 ya
habían señalado la existencia de las fluctuaciones espontáneas de
la tasa cardíaca en sujetos en situación de 'reposo mental' en
repetidas observaciones, en las frecuencias que se corresponden con los intervalos de tiempo señalados. En investigaciones posteriores,
utilizando una tarea de tiempo de reacción de elección binaria (por
ejemplo pulsar un botón cuando se da una condición concreta de
estímulo entre dos posibles, en laboratorio) hicieron un hallazgo
interesante: obtuvieron que la amplitud las fluctuaciones espontáneas
de la tasa cardíaca se reducía gradualmente -sin llegar
desaparecer- cuando aumentaba la dificultad de la tarea mental que
realizaban los sujetos. En base a estos resultados sugirieron que la
reducción de la variabilidad de la tasa cardíaca se relacionaría
con la actividad mental de los sujetos en términos de atención y de
'carga mental' o dificultad objetiva de la tarea.
Estudios
posteriores hicieron suya esta idea y consideraron, efectivamente,
los valores de la variabilidad de la tasa cardíaca como posible
indicador de la demanda o carga mental de la tarea (cantidad de
información a procesar) y el resultado general fue, en efecto, de
una disminución de la variabilidad de la tasa cardíaca cuando
aumentaba la 'carga' o dificultad objetiva de la actividad. Estos
estudios se realizaron, en concreto, en tareas de búsqueda de
memoria, de comparación semántica y de repetición memorística de
diferentes tipos de contenidos informativos. El fenómeno resultó
ser bastante evidente en la variabilidad cardiaca en los intervalos
de tiempo de alrededor de diez segundos (Kahneman, 1973; Mulder,
1980, 1986, 1988, 1992; Mulder y Mulder, 1981; Van Dellen, Aasman,
Mulder y Mulder, 1985; Sayers, 1973, 1980; Jorna, 1992).
En
general se confirmó el resultado que se esperaba, en el
sentido de que cuando una persona presta atención y se concentra en
una tarea, se reduce la variabilidad de su ritmo cardíaco, en
comparación a las situaciones de 'reposo'. Pero lo verdaderamente
interesante de estos estudios aparece cuando se le da la vuelta a su
argumento para darle una visión de mayor alcance, en el sentido de
que lo más importante no es, seguramente, la disminución de la
variabilidad cardíaca que sucede cuando nos centramos en las
demandas de una tarea, sino que lo más interesante sería más bien
la existencia en sí de una elevada variabilidad de la actividad
cardíaca en una condición de supuesto 'reposo mental'. Pues tal
hipotética condición de reposo no existe en realidad, al menos como
se presupone en estos experimentos, puesto que nadie (ni los
experimentadores ni los sujetos experimentales) tiene la capacidad de
decisión y control voluntarios para determinar cuando la mente realmente está
activa o no lo está. Nuestra mente siempre está en funcionamiento,
independientemente de los estímulos físicos concretos que tengamos
delante, e incluso en ciertos momentos del mayor de los supuestos
'reposos mentales', cuando más desconectamos del entorno, cuando dormimos y soñamos, es cuando, paradójicamente, nuestra mente y nuestro
cerebro presentan mayor actividad. El 'reposo mental', en los
experimentos de que hablamos, no es más que un modo vacío de hablar
para referirse nada más que a la simple condición de no realización
de una determinada tarea externa, en contraposición con la condición
de realización de tal tarea.
La
supuesta 'línea de base' de nuestra actividad mental sencillamente
es inexistente, porque la mente tiene una gran e impredecible
variabilidad, según podemos apreciar cada uno de nosotros en los
movimientos de nuestra propia conciencia (¿o no?). Estas
investigaciones que analizamos dan por sentado que, cuando no estamos
haciendo alguna tarea externa y 'objetiva' nuestra mente está parada
o en reposo. Y esto es falso.
Es
más, tal y como señalan los propios investigadores, la fluctuación
de fondo de la actividad cardíaca es mayor cuando nuestra mente está
aparentemente 'sin hacer nada'. Y eso sí que debe querer decir algo.
Seguramente quiere decir, como se puede desprender fácilmente en un
razonamiento casi circular, que las personas, cuando accedemos a
centrarnos en las demandas de una tarea externa determinada lo que
hacemos es inhibir la personal y natural actividad de nuestra mente;
disminución que sucedería al mismo tiempo que la reducción de la
variabilidad cardíaca que indican los resultados de estos experimentos. Y a la inversa, cuando dejamos volar libremente nuestra
mente, sin ligarla a unos requerimientos concretos de una tarea
externa, la actividad cardíaca también 'volaría libre' y es cuando
sería más inestable e imprevisible. Así, la variabilidad de la
actividad mental discurriría en relación directa a la variabilidad
de la actividad cardíaca, simplemente.
Por
otra parte, Vicente, Thornton y Moray obtuvieron, en una
investigación de 1987 con tareas de tipo psicomotor, una alta
correlación de la reducción de la variabilidad de la tasa cardíaca
con la apreciación subjetiva que hacemos las personas de la
dificultad de la tarea. Lo más interesante de este estudio fue la
confirmación de lo que ya habían apuntado, un tanto de paso, otros
investigadores como Hamilton, 1979; Moray, 1984; Norman y Bobrow,
1975, 1975b; Jahns, 1973; Jex y Clement, 1979; Kahneman, 1973; Rouse,
1979; Sanders, 1979; Tulga y Sheridan, 1980, en el sentido de que la
dificultad subjetiva no se podía inferir directamente de dificultad
objetiva (carga mental), ni tampoco, incluso, de los propios niveles
de rendimiento de los sujetos en las tareas: No se observaron
correlaciones significativas del esfuerzo percibido por los sujetos
con la carga mental de la tarea ni con el rendimiento objetivo, pero
sí con la disminución de la variabilidad cardíaca.
Sorprendentemente sólo las impredecibles apreciación subjetiva y
variabilidad cardíaca estaban relacionadas empíricamente. La
dificultad que yo percibo en una tarea no tiene que ver, según esto,
con la dificultad real de la tarea ni con el rendimiento real que yo
obtengo en ella, sino que está relacionada con este factor interno,
fuera de control, que es la variabilidad del ritmo de los latidos de
mi corazón. Interesante.
Señalan
los resultados de estos estudios la no existencia de una correlación
significativa entre lo objetivo y lo subjetivo en la realización de
una determinada tarea. Esto quiere decir que las personas,
sencillamente, no somos capaces de discriminar debidamente la
dificultad o intensidad de la actividad mental que realizamos, en
términos de la dificultad de la propia tarea, de la cantidad y
complejidad de la información que objetivamente contiene o requiere.
La percepción de la dificultad de las tareas mentales que llevamos a cabo no
depende, pues, de la supuesta dificultad interna de la tarea, de la
cantidad de información que requiere su realización. Nuestra
conciencia y las apreciaciones subjetivas que hacemos sobre la
dificultad de las tareas y nuestro esfuerzo, al contrario, dependen
de la amplitud de las fluctuaciones 'internas' y 'estocásticas'
-imprevisibles- del ritmo de nuestro corazón. No somos, pues, autómatas que respondemos de modo
determinista a unas características objetivas predefinidas de los
estímulos, sino que algo interno e imprevisto en nosotros es lo que
hace variar, en realidad, nuestro funcionamiento mental. Según esto,
no somos, para nada, esclavos del número de unidades de información
que contienen las situaciones y los estímulos del exterior, de las
tareas que hacemos con ellos, de su carga informativa. Son la mente y
el cuerpo los que tienen su propia y aún desconocida dinámica, con
fluctuaciones que suceden de continuo y de un modo primario e
impredecible, las cuales rigen, por lo que se ve, toda nuestra
experiencia subjetiva.
Hay,
en definitiva, una ruptura radical entre la objetividad y la
subjetividad; y todos nosotros somos, parece ser, extremadamente
subjetivos. Lo que sentimos y apreciamos, la realidad fenomenológica,
depende básicamente de algo subjetivo, indefinido y fluctuante
nuestro relacionado con las irregularidades del latido de nuestro
corazón, y no sabemos muy bien qué es. Es bastante curioso.
Debemos
señalar también la existencia, perfectamente documentada, de una fluctuación
de la tasa cardíaca dependiente del ciclo respiratorio. El ciclo de
la respiración, de duraciones por debajo de los siete segundos,
arrastra el ritmo cardíaco a cada
inspiración de aire de los pulmones y a cada espiración. Cada
bocanada acelera el corazón cuando inspiramos y lo ralentiza cuando
espiramos. Se llama arritmia sinusal respiratoria.
Cada bocanada de aire es única, diferente -lo podemos ver a poco que nos fijemos- como también son diferentes los ciclos del miocardio. Fluctúan ambos ritmos de manera estocástica. Ni los latidos del corazón son uniformes ni tampoco lo es el ritmo respiratorio, sino que varían de manera muy notoria, especialmente en la franja de tiempo que va de unos pocos segundos hasta alrededor de un minuto y medio, sin un patrón estable sino todo lo contrario. Como también lo hacen los igualmente imprevisibles (¿estocásticos?) pensamiento, percepción y conciencia, en la misma franja de tiempo. ¿Es solo coincidencia?
Cada bocanada de aire es única, diferente -lo podemos ver a poco que nos fijemos- como también son diferentes los ciclos del miocardio. Fluctúan ambos ritmos de manera estocástica. Ni los latidos del corazón son uniformes ni tampoco lo es el ritmo respiratorio, sino que varían de manera muy notoria, especialmente en la franja de tiempo que va de unos pocos segundos hasta alrededor de un minuto y medio, sin un patrón estable sino todo lo contrario. Como también lo hacen los igualmente imprevisibles (¿estocásticos?) pensamiento, percepción y conciencia, en la misma franja de tiempo. ¿Es solo coincidencia?
Nuestra
mente es como un mar removido que fluctúa de continuo, seguramente
llevada no por lo estable de la actividad cardiorrespiratoria sino
por sus desviaciones y desfases, sus idas y venidas más allá de la
regularidad, por el oleaje aparentemente siempre igual pero siempre
diferente del latido del corazón y de la respiración. Oscilaciones
que se amontonan y que crean otras mayores, o que se dispersan y se
amortiguan, imprevisibles. Olas y mar gruesa de apariencia monótona
pero que, a poco que uno se fija, se da cuenta de que no hay ninguna
igual, como los momentos de nuestra existencia, que tampoco hay uno
exactamente igual que otro. Aparentemente iguales pero siempre
diferentes.
En
definitiva, estos estudios lo que hacen es señalar que la actividad
de los pulmones y el corazón, que es lo más vital de la
existencia del ser humano, de alguna manera viene a
ser lo mismo que el pensamiento y la conciencia, o que actúa
de un modo primario sobre ellos. Lo más radicalmente definitorio y
específico de la existencia y la vida humanas, el alma humana si se
la quiere llamar así, reside en la actividad pulmonar
y cardíaca, tal como apuntaron Homero, Anaxímenes, Diógenes de
Apolonia, Aristóteles, el orfismo y el pitagorismo, Hipócrates,
Servet...
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